Algunas pistas para socializar a Gabriela Mistral desde un Afuera político [1] (2008 )

He estado leyendo unos artículos de Gabriela Mistral del año 27 donde la poeta se refiere al feminismo[2]. Alejada yo de llevar a cabo un análisis literario de la obra de la autora, me ha interesado, no obstante, su mirada respecto de las mujeres. Y este interés, aún precario, surge a partir de la constatación de que al lesbianismo activista en este país se le ha dado por recuperar a “nuestro premio Nobel”, cuando los amores de Mistral con otras mujeres han abandonado el territorio de la sospecha para entrar campantes al de los hechos.

Sin duda alguna, la creación de una historia propia es práctica política necesaria, pero no puede ir sino acompañada de un concierto de preguntas: qué historia queremos relatar, desde que visión lo haremos, a qué mujeres nos interesa recuperar, cómo las vamos a interpretar, en qué espacios, con qué lenguaje, prácticas, etc. Sin desmerecer el entusiasmo de las compañeras que han querido arrebatarle al patriarcado la figura de Gabriela, sospecho que este gesto carece de profundidad política y la Mistral es otra vez un ícono -ahora lésbico ¿o gay?- al más duro estilo patriarcal. Sabemos, a estas alturas, que los íconos y los slogans ni siquiera rasguñan el sistema vigente y que nuestras políticas requieren urgentemente de profundidad, reflexión y consistencia.

En este contexto, quiero aportar algunas pistas –todavía mínimas- para socializar –desde el presente- a Gabriela Mistral. Con otras palabras, darle contenido a su existencia lesbiana, pues también sabemos, a estas alturas, que ser lesbiana no es un gesto subversivo en sí mismo o, al menos, no es suficiente. Ahora bien, si se piensa que la Mistral es recuperable por el solo hecho de ser lesbiana, me parece que estaríamos cayendo en un esencialismo peligroso, el de las identidades.

De acuerdo a mi lectura e interpretación de estos textitos de la poeta, me atrevo a afirmar que Mistral es una lesbiana antifeminista. Para mí, desde el lugar donde me sitúo para mirar, lo importante es descubrir en las mujeres sus gestos y pensamientos insolentes. Me interesa sobre todo averiguar cómo piensan, cuáles son sus ideas y prácticas de vida, si acaso estas nos entregan huellas que nos sirvan de referente para una política subversivamente civilizatoria.

Mistral está alejada de aquello. No obstante, coincidimos –ella y yo- en que el feminismo de la igualdad no nos abre a las mujeres el camino de la libertad: “Yo no creo en el parlamento de las mujeres, porque tampoco creo en el de los hombres” (p.59), afirma acertadamente la poeta. Idea a la cual me adscribo y que hoy tiene la misma vigencia. La autora no cree en los cambios a partir de las leyes, sino a través de las costumbres. En este terreno, ella apuesta por una reorganización de la división del trabajo, tomando como punto de partida la diferencia sexual. Y elabora una propuesta política concreta y contingente, porque en ese momento la discusión feminista versaba, entre otros aspectos, sobre los nuevos espacios laborales que las mujeres estaban conquistando.

Con las herramientas que hoy manejamos, aportadas por la segunda ola feminista en el mundo (occidental), me permito afirmar que la autora cuestiona críticamente el feminismo de la igualdad desde la diferencia sexual, categoría analítica, esta última, subversiva, dependiendo de cómo se la use. En el caso de la poeta, se trata de un uso común en el patriarcado. Ella usa un concepto heterosexual de la diferencia y no una idea radical de la misma. Es decir, coincidimos, ella y yo, guardando las proporciones y las décadas que nos separan, en la crítica contra la igualdad desde la diferencia, pero hay una brecha inconmensurable: mi cuestionamiento surge a partir de lo que yo llamaría el feminismo radical de la diferencia, mientras el de ella se sostiene en la heterosexualidad más acérrima.

El concepto heterosexual de la diferencia se define de la siguiente manera: “Para algunas (y algunos) la diferencia significa subrayar que las mujeres son una cosa distinta de los hombres (más éticas, menos violentas, etc.), que se diferencian, pues, en contenidos de los hombres, los cuales quedan por necesidad como punto de referencia” (p.183)[3]. Para Mistral, sin duda alguna, los hombres son el punto de referencia y desde ahí despliega su “programa” que se sostiene en la confusión sexo/género, es decir, no da el paso hacia la diferencia sexual, sino que retorna (o nunca despega) al esencialismo/naturalización de los géneros. De esta manera, su propuesta de reorganización del trabajo no abandona ninguno de los pilares patriarcales que históricamente han sustentado la división sexual del mismo.

Moderada y conservadora, la poeta propone para las mujeres aquellos oficios ligados al cuidado de la infancia, porque allí radica el espacio natural de nuestro sexo. Dejémosla hablar a ella:

“La entrada de la mujer en el trabajo, este suceso contemporáneo tan grave, debió traer una nueva organización del trabajo en el mundo. Esto no ocurrió y se creó con ello un estado de verdadera barbarie sobre el que yo quiero decir algo. Con lo cual empezaré a entregar mi punto de vista sobre el feminismo, para aliviarme de un peso” (p.44).

“La brutalidad de la fábrica se ha abierto para la mujer; la fealdad de algunos oficios; sencillamente viles, ha incorporado a sus sindicatos a la mujer; profesiones sin entraña espiritual, de puro agio feo, han acogido en su viscosa tembladera a la mujer. Antes de celebrar la apertura de las puertas, era preciso examinar qué puertas se abrían y antes de poner el pie en el universo nuevo había que haber mirado hacia el que se abandonaba, para mesurar con ojo lento y claro” (p.44).

“Yo pondría como centro del programa este artículo: Pedimos una organización del trabajo humano que divida las faenas en tres grupos. Grupo A: Profesiones u oficios reservados absolutamente a los hombres por la mayor fuerza material que exigen o por la creación superior que piden y que la mujer no alcanza. Grupo B: Profesiones u oficios reservados enteramente a la mujer, por su facilidad física o por su relación directa con el niño. Grupo C: Profesiones u oficios que pueden ser servidos indiferentemente por hombres o mujeres” (p.46).

“Yo no deseo a la mujer como presidenta de Corte de Justicia, aunque me parece que está muy bien en un Tribunal de Niños. El problema de la justicia superior es el más completo de aquí abajo; pide una madurez absoluta de la conciencia, una visión panorámica de la pasión humana, que la mujer casi nunca tiene. (Yo diría que jamás tiene)” (p.46).

“A pesar de Juana de Arco, sí, a pesar: la pobrecita doncella de Francia, marca con su actuación una hora en que el hombre ha debido estar envilecido no sé hasta qué límite. La peor cosa que puede ocurrirle a una mujer en este mundo, es representar con su maravilla la corrupción del hombre, su guía natural, su natural defensor, su natural héroe” (p.46).

“La mujer no tiene colocación natural –y cuando digo natural, digo estética- sino cerca del niño o de la criatura sufriente, que también es infancia por desvalimiento. Sus profesiones naturales son las de maestra, médico o enfermera, directora de beneficencia, defensora de menores, creadora en la literatura de la fábula infantil, artesana de juguetes, etc.” (p.48).

“Y este regreso empieza a ser urgente” (p.51). (Solo en esta cita, las cursivas son mías).

Se me podrá alegar que Mistral habla en las primeras décadas del siglo XX, mientras mi análisis cuenta con herramientas teóricas brindadas por el feminismo de los setenta en adelante. Es cierto. Pero justamente de eso se trata. Una cosa es situar a la poeta en su contexto y otra, socializarla desde nuestro presente, interpretándola según nuestras necesidades políticas actuales. Y como dije al principio de este texto, mi reflexión va dirigida hacia el activismo lésbico que levanta íconos sin darles un contenido más acabado.

Ahora bien, si situamos a Mistral en su contexto, es decir, 1927, en Francia, porque allí escribe estos artículos, descubrimos que las ideas del feminismo, de ese feminismo sufragista, impregnan la discusión política de su tiempo. Justamente, lo que hace la autora es dialogar, responder a las acusaciones que se le han hecho sobre su antifeminismo. Es decir, sus ideas acerca del tema son totalmente contingentes. Pero la poeta no es cordial con sus contemporáneas rebeldes, quienes, a veces, según afirma, le dan “más piedad que irritación” u observa “mirando las luchas femeninas, que la mujer es el peor enemigo de la mujer” y “cuando la mayoría de nuestras feministas hable esta lengua de senado de mujeres, cargado de respeto, yo creeré en que son capaces de suceder al hombre en la política y estaré incondicionalmente con ellas” (p.53).

Efectivamente, cuando Mistral escribe estos textos, ya se había formado en 1913 el Centro Belén de Zárraga, en cuyo ideario se cuestionaba insolentemente la institución del matrimonio y esto ocurría en Iquique; o en 1922, también en nuestro país, se había armado el Partido Cívico Femenino que apostaba por la autonomía política de las organizaciones de mujeres[4]. Es decir, comparto el cuestionamiento contra el proyecto de la igualdad, pero no desde la mirada de Mistral, puesto que, más allá del fracaso de dicho proyecto, esas mujeres demostraron seriedad en sus luchas, fueron radicalmente sufragistas y significó, para muchas, costos de silenciamientos y persecuciones[5], como las mujeres de la revolución francesa o las del movimiento de las Preciosas.

Aunque hayan pretendido, equivocadamente algunas, igualarse a los hombres y su sistema cultural, la radicalidad de la lucha de estas feministas de las primeras décadas del siglo XX y también de los siglos precedentes, se fundamentaba en una visionaria ruptura del género: salirse de las tareas tradicionalmente asignadas a la feminidad, por lo tanto, combatir la naturalización y el esencialismo de la desigualdad entre los sexos. Teóricamente, entonces, anteceden la segunda ola feminista que, en los setenta, usará dicha categoría de estudio (la del género) para argumentar que la feminidad estereotipada es una construcción sociocultural del patriarcado.

En definitiva, en su contexto y en el nuestro hoy, Mistral mantiene su mirada, en cuanto al feminismo, las mujeres y –por qué no- a la misma existencia lesbiana, atrapada en el régimen heterosexual.

[1] El Movimiento Rebelde del Afuera es un grupo feminista, formado por la feminista radical Margarita Pisano y, en consecuencia, ideológicamente sustentado en su teoría y praxis políticas.

[2] Mistral, Gabriela, 1998: La tierra tiene la actitud de una mujer. Selección y prólogo de Pedro Pablo Zegers. Ril Editores, Chile.

[3] Rivera, María Milagros, 1994: Nombrar el mundo en femenino. Icaria, Barcelona.

[4] Kirkwood, Julieta, 1986: Ser política en Chile. FLACSO, Santiago.

[5] La misma Elena Caffarena, sufragista chilena, en una entrevista que le hace Diamela Eltit, relata cuántas puertas le cerraron por su lucha feminista. En Eltit, Diamela, 2000: Emergencias. Escritos sobre literatura, arte y política. Editorial Planeta, Chile.

 

 

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