“En lo que a mí respecta, como creo en la continuidad,
me resulta arduo establecer dónde termina el ‘pasado’
y dónde comienza el ‘futuro’” (Adrienne Rich).
Una de estas tardes recién transcurrida, entre las nubes grises del otoño santiaguino, Margarita me leía el libro de Silvia Federici “Calibán y la bruja”. Nos sorprendíamos: Federici había profundizado en un silencio.
Rich dice que el régimen patriarcal se sostiene sobre la base de muchos silencios respecto de nosotras: sobre nuestras relaciones, historia, sumisiones y libertades. Uno de los silencios con mayor peso civilizatorio es la matanza de mujeres de los siglos XIV al XVII. Es un silencio espeso y, por lo mismo, una gran fuente de conocimiento para nosotras. Su espesor y peso cobran dimensiones civilizatorias, porque la caza de brujas es la plataforma soterrada sobre la que se yergue la época moderna.
Yo leía, Margarita leía y caía la tarde. El patriarcado es una civilización que siempre ha estado en guerra concertada contra las mujeres; probablemente la guerra contra las brujas no ha sido la primera en ser catapultada por la historia oficial… me decía. Yo tomaba un sorbo de café amargo y seguía leyendo.
La época moderna es historia reciente. Nos la relatan en las escuelas y en las universidades. Su configuración inicial va de la mano de un cambio de paradigma que afecta las ciencias y la filosofía: es la época del racionalismo; el Hombre desplaza a Dios del centro. Además, durante este periodo, se conquista el “nuevo mundo”, y se llevan a cabo transformaciones importantes en el régimen económico y político: se constituyen los Estados-Nación, y el sistema feudal da paso al sistema capitalista. En cuanto a la esfera religiosa, la época está marcada por las negociaciones de poder entre la Iglesia Católica y la Iglesia Protestante. Todos estos cambios, con algunas variedades y contra respuestas, se conservan hasta hoy.
Llegó la noche, y encendimos unas velas para continuar la lectura. Nuestros ojos tenían ese brillo que combina la rabia y el pensamiento. Con vehemencia, Margarita me decía que con este vacío histórico profundo –con este hoyo negro del espacio– se entendía el porqué del arduo trabajo que hemos efectuado las mujeres para conocernos a nosotras mismas.
Era cierto. El silencio sobre este ginocidio es de un hermetismo que atemoriza. Los cuerpos, las instituciones y el desorden simbólico patriarcales confabulan para torturar y quemar a las mujeres campesinas y sanadoras durante siglos, y luego planifican el ocultamiento de dicha acción:
– Las Iglesias reformulan la invención ideológica del diablo y consolidan el confesionario.
– El Estado constituye el Tribunal de la Inquisición con un nuevo libro “El martillo de las brujas. Para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza” (Malleus Maleficarum) de Kramer y Sprenger, donde se especifican -de manera detallada- técnicas, mecanismos e instrumentos de tortura y vejación sexual contra las mujeres.
– La ciencia médica les roba los conocimientos a las mujeres “entre aplicaciones de la garrucha” (Federici), y los institucionaliza en sus universidades, a las cuales se les prohíbe la entrada.
– La filosofía argumenta y justifica –bajo la luz de la Razón renacentista y luego ilustrada- la gran masacre.
– La literatura y la mitología crean el personaje de la Bruja y lo envasan, en el XIX, en los cuentos infantiles para adoctrinar a las niñas (os) en la misoginia y, además, encubrir los hechos históricos bajo el manto de la ficción. Esta operación también se realiza en los inicios de la civilización patriarcal mediante el mito del origen del mundo, recreado en todas las religiones (Sendón de León), donde se le roba, a la madre, la autoría de los cuerpos (María Milagros Rivera Garretas).
– El capitalismo para asentarse en el “viejo y nuevo continente” necesita tener bajo su control el vientre de las mujeres; para esto, torturar y matar a las curanderas y robarles el conocimiento sobre sus propios cuerpos sexuados –menstruación, anticoncepción, parto y aborto- se hace indispensable.
– La historiografía colabora de manera protagónica en el silenciamiento en todo relato que presenta sobre la modernidad, sus inicios y desarrollo. La historiografía latinoamericanista oculta que Colón llegó al “nuevo continente” con la Inquisición bajo el brazo.
Así, cada uno de los poderes patriarcales, interrelacionados y conformados por cuerpos de hombres, trabaja en esta misión ginocida en la que se asienta la gran época moderna que tanto los enorgullece. Federici menciona los nombres de algunos de los “grandes hombres” que argumentan a favor de la matanza: Bacon, Kepler, Galileo, Shakespeare, Pascal, Descartes. Como todo en el patriarcado, los filósofos, escritores, científicos, estadistas, jueces e intelectuales no son casos excepcionales y aislados. Los “grandes hombres” forman parte de una tradición de pensamiento; por lo tanto, la justificación misógina que sustentan cuenta con la complicidad de todos, porque la tradición consiste en la legitimación de unos hacia otros mediante la cita textual, la conservación del lenguaje de los “elegidos” y la conformación jerárquica de las disciplinas. Lonzi escupió contra Hegel; es necesario escupir contra toda la tradición de pensamiento patriarcal.
Al Renacimiento lo sigue el Siglo de las Luces, y encontramos a los Hombres dueños de la Razón. En 1789, mandaron a la guillotina a las revolucionarias que osaron considerarse seres políticas y pensantes. El diálogo entre estas y las brujas fue cortado y no lo heredamos de manera visible. Pero hemos heredado explícitamente a todos los misóginos: Shakespeare se sigue reproduciendo en las tablas y en el cine. Los hermanos Grimm siguen vigentes en Walt Disney. El método cartesiano sigue siendo válido en la filosofía y las ciencias. Marx analiza el capitalismo sin pronunciarse sobre la caza de brujas que se llevó a cabo para que este sistema económico se consolidara. Foucault estudia los siglos XVII, XVIII y XIX y guarda silencio rotundo, dice Federici, sobre la quema de mujeres y sobre la cámara de tortura donde los gritos de dolor de las mujeres vociferaban un “discurso de la sexualidad”. Desde otro frente patriarcal, y para sumar un ejemplo más, Chomsky, legitimado por la ciencia lingüística, inventa el Generativismo y se inspira en Descartes, porque el sujeto lingüístico chomskiano es el sujeto cartesiano. Un largo etcétera de una larga tradición masculina de pensamiento que es cómplice de silenciar la guerra contra las mujeres.
Las velas se consumieron. Y en la oscuridad, me dije, ya estando sola conmigo, que no me interesa participar de esta Guerra, porque me interesa la libertad, la que no comienza con la rebeldía, sino que, para una mujer, y aquí recordé palabras de otras, surge de las relaciones entre mujeres. Tal vez este era el conocimiento, que emanaba de la fuente de este gran silencio.
2013 / 2019