Este 8 de marzo desde Europa llegó el llamado al paro feminista. Hablan de un feminismo anticapitalista. Pero todo es confuso, las participantes y convocantes parecen ser de dos vertientes: un feminismo militante de partidos políticos que fueron anticapitalistas y que hoy se declaran anti sistema, sin especificar claramente a qué se refieren, y un feminismo pos moderno que nació del feminismo de los 60 y en los 80 se instaló en la Academia y bajo el alero de la Cooperación al Desarrollo e hizo su caminito en los “derechos de las mujeres”, siempre dentro del sistema, como si nada, un feminismo que nunca se pensó anti capitalista.
Para ambos feminismos, el patriarcado pareciera ser un ente abstracto, una metáfora que solo se materializa en la desigualdad de derechos básicos. Ambos feminismos dejan fuera el objetivo político de luchar contra la jerarquía que establece el patriarcado en las relaciones entre las personas; jerarquía que deriva en la apropiación ilícita de los bienes planetarios y establece como inamovible su existencia. En la ideología de la jerarquía, la mujer se simboliza en lo femenino, lo subalterno, lo que no está en capacidad de dignidad, libertad y autonomía.
“La feminidad es el arte de ser servil. Podemos llamarlo seducción y hacer de ello un asunto de glamour. Pero en pocos casos se trata de un deporte de alto nivel. En general, se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferior”. (Virginie Despentes).
Ambos feminismos, el ex anticapitalista y el pos moderno son un descarado retroceso respecto a lo que había avanzado el movimiento feminista en los 60.
En un supuesto democrático, estos feminismos renuncian a intervenir como movimiento político autónomo en la vida pública. Ahora lo hacen desde los partidos y desde instituciones que transitan por el laberinto de la igualdad neoliberal. Aún más, los espacios de mujeres donde hemos podido reconocernos y recuperar nuestras historias, han sido desechados y en su lugar se abren espacios que incluyen hombres y personas que se dicen nacidas en cuerpo equivocado varón o que están en tránsito a ser mujer. Así, ser mujer en este feminismo “remozado”, se convierte en un intangible, un abstracto, un lugar de tránsito, cuya circunstancia puede ser definida desde el no ser mujer, sin derecho a pataleo.
El feminismo nace de experiencias de mujeres que, a pesar del patriarcado, fueron filósofas, escritoras, pensadoras, creadoras, poetas, músicas, sufragistas, anarquistas, marxistas, socialistas, revolucionarias. Ellas son nuestro origen y de ellas aprendimos que tenemos una especificidad como mujeres y que es imposible ejercer nuestra dignidad e inteligencia en organizaciones y proyectos políticos masculinos.
De la historia de mujeres aprendimos que en los proyectos políticos masculinos no tenemos nada que hacer, solo perder nuestro tiempo. Por mucho que estos proyectos parezcan democráticos, siempre vuelven a lo mismo: a vernos con displicencia, con desprecio, con rabia, con envidia, con desconfianza, con irrespeto; y en cuanto nos descuidamos nos involucran en la verborrea épica patriarcal.
Para conocer la historia de nuestras mujeres hemos tenido que ir a las catacumbas del patriarcado y levantar las piedras. No ha sido tarea fácil. Participar en las instituciones patriarcales es entrar en el mito de Sísifo, que empuja la roca cuesta arriba y siempre se le viene cuesta abajo y en el caso de las mujeres, nos sepulta.
Las feministas autónomas radicales no hicimos política para pedir derechos a un sistema político que está terminando con el planeta que nos cobija. El patriarcado ha encontrado en los feminismos reformista y pos moderno, un “nicho” donde se remoza y actualiza. En este feminismo de los derechos, la mujer es la otra, la ilegítima que pide derechos y los negocia, ahora en la medida de lo posible.
La mujer que lucha contra el poder, contra capitalismo, que desde siempre ha resistido y luchado por su dignidad y sobrevivencia contra quienes controlan la vida, esa mujer queda diluida en la bruma de las causas perdidas. Palabras como, propositivo, crecer, reconciliarse, reinventarse, “empoderarse”, deslegitiman cualquier proyecto político que se organice contra el poder y encubren la complicidad con el poder. Son palabras que meten a las organizaciones de mujeres en una especie de proceso riesgoso que nunca llega a término.
Por dar solo un ejemplo, la palabra “empoderamiento” es un eufemismo para designar una nueva manera de servidumbre de las mujeres. El empoderamiento en una sociedad de crímenes, guerras, persecuciones, despojos, es un absurdo. Desde esa nueva estrategia publicitaria, nos quieren hacer creer que podemos pasar volando, alegremente, por sobre la catástrofe que se nos avecina como especie y como planeta.
Cuando los “gobiernos” incorporan una mujer a su laberinto de poderes fácticos, la manejan como una marioneta patética que hace reverencias y consiente los actos más deplorables y criminales de la política del cálculo materialista patriarcal. Con estas mujeres el patriarcado “feminiza” sus crímenes y naturaliza valores y símbolos de la violencia que garantizan su permanencia.
Desde Ongs de mujeres se pretendió legitimar la idea de que la esclavitud sexual es un trabajo como cualquier otro. Hoy, después de que responsables de Oxfam, una de las Ongs más importante europea, quedaron al descubierto por sus actividades prostituyentes en Haití, no cabe ninguna duda de la injerencia de la Cooperación al Desarrollo en organizaciones de mujeres que justifican la prostitución como libertad de las mujeres para ejercer un trabajo. Y no se trata solo de Oxfam, como dice Priti Patel, Ministra de Cooperación Internacional Británica entre 2016 y 2017, “En mi opinión, no solo ha habido una ocultación en Oxfam, sino que existe una cultura en el sector de la cooperación que niega la explotación y los abusos sexuales que se han producido durante décadas”.
Gracias a la intervención descarada de la Cooperación al Desarrollo en el movimiento de mujeres, el feminismo se ve como una diáspora de denuncias y soluciones propiciadas desde las instancias de poder más eficientes y poderosas del patriarcado. Y aunque sean más o menos coherentes en su diagnóstico de la sociedad que vivimos, sus discursos están ajenos al respeto, la autonomía y los deseos de libertad de las mujeres, porque están marcados por una política asistencialista, jerárquica. Las instituciones “feministas” ligadas a la Cooperación al Desarrollo y a las instituciones que dan “gobernabilidad” al sistema, son solo una pieza vociferante más del compra huevos neoliberal. El supuesto ejercicio de la libertad es un espejismo que encubre el irrespeto hacia la dignidad de las mujeres.
S. Lidid. 13/03/2018