Nos odian porque somos mujeres y nuestro cuerpo sexuado existe. Nos mutilan física y simbólicamente nuestro clítoris porque saben que nuestra sexualidad no se basa en una sexualidad reproductiva y al servicio del placer masculino, el placer está en nosotras mismas. Somos mujeres y nuestro cuerpo tiene la capacidad de ser dos, es decir, podemos parir nuevas vidas y decidir con autonomía cuándo ejercerla, por eso nos encierran en una maternidad patriarcalizada, sujeta a la ley del padre y nos encierran en las cárceles por abortar.
Nos inventan padres de la filosofía y del conocimiento para borrar y silenciar nuestro origen y orden simbólico femenino. Somos mujeres lesbianas, amamos a otras mujeres y nos affidamos con ellas, le reconocemos autoridad, hacemos genealogía para tener referentes propios y no seguir ancladas al orden social y cultural androcéntrico.
Somos mujeres feministas porque somos herederas de una historia de resistencia de nuestras antepasadas.
Somos mujeres radicales porque no negociamos con el patriarcado y no queremos inclusión en sus políticas ofiacialistas de la igualdad.
Somos mujeres que sabemos de nuestra diferencia sexual, no la negamos ni la relativizamos.
Y como mujeres hemos tomado conciencia que nacemos de otra mujer y poseemos lengua materna, hemos comprendido que hablar en código masculino nos deja más perdidas y alejadas de nosotras mismas y de otras mujeres.
También sabemos cómo se siente ser una mujer en el mundo de los hombres y cómo nuestra vida corre peligro solo por serlo, sabemos de misoginia y lo profundo que es para nosotras desaprenderla.
Hay tantas cosas que necesita saber una mujer dijo la Adrienne Rich
Lo importante es saber escucharnos a nosotras mismas y dejar de interpretarse con las palabras ajenas, escribió Cristina de Pizán, en 1400.
“No creas tener derechos” escribieron las mujeres de la Librería de Mujeres en Milán y afirmaron “el final del patriarcado” en el Sottosopra de 1996.
El patriarcado ha llegado a su fin cuando dejamos (cada una) de darle crédito al pensamiento masculino. Es comenzar a buscar nuestras propias palabras para hablar de nuestra experiencia como mujeres. No dejemos, como dice mi querida Andrea Franulic, que se tergiverse esta experiencia común de las mujeres y caigamos en la trampa de homologarnos con los hombres.
Un abrazo a todas nuestras vivas y muertas, a nuestras madres, abuelas, tías, hermanas, amigas, amoras, a las niñas, a las animalas y a las que vendrán.