El retorno de viejas preguntas: el separatismo feminista, otra vez…

Por Doménica Franke

“Todos los espacios se convierten en espacios masculinos,a menos que las mujeres realicen un esfuerzo conjunto demarcándolos para sí mismas”.

Lillian Faderman, historiadora feminista.

A pesar de la deformación profesional que puede filtrarse en el lenguaje que usaré, no escribo esto con pretensiones de objetividad o asumiendo que no he tenido ni tengo preguntas/conflictos por resolver, o pensando que puedo mantenerme neutral respecto a las cuestiones aquí planteadas. De hecho, al final de este breve texto, intentaré dejar clara mi postura.

Hace ya varios años la lesbiana radical Marilyn Frye[1] señaló que el separatismo es un elemento que cada cierto tiempo reaparece en las discusiones/actuancias feministas y las tensa. La actualidad chilena, con estudiantes movilizadas a lo largo de todo el país, llevando a cabo inéditas tomas separatistas de universidades, parece darle la razón a Frye.

Y es que frente a estas medidas, surgen críticas provenientes no solo de los hombres que se sienten excluidos al tocarse sus intereses, sino también de las propias mujeres que plantean no entender cómo un movimiento que “busca la igualdad” propone dejar fuera de sus espacios a ‘los compañeros’.

En esta línea, el separatismo es, o debería ser, un tema central en las discusiones de las mujeres feministas. Por eso, esta reflexión está dirigida a esas lectoras hipotéticas que prefiguro mientras escribo y en ningún caso se trata de un intento de explicar o justificar el separatismo ante los hombres.

Aquí, me gustaría desarrollar algunas ideas, de manera apenas exploratoria, ya indicadas en la referencia a Frye[2].

En primer lugar, los hombres durante toda la historia patriarcal, que les pertenece, han practicado activamente el separatismo, a través de exclusiones sistemáticas de las mujeres de todos los ámbitos que han considerado importantes para mantener sus jerarquías de poder. Los ejemplos son múltiples: por una parte, pueden ser prácticas explícitamente sancionadas por las normas religiosas o jurídicas, escritas o consuetudinarias, por ejemplo, en determinadas sociedades como la Grecia clásica, los Estados teocráticos o los gobiernos occidentales decimonónicos, en los cuales las prohibiciones abarcan (o abarcaban) un espectro amplísimo de actividades y espacios vetados a las mujeres: el deporte, conducir automóviles, acceder a estudios formales, la política en cualquiera de sus formas o andar por las calles sola, etc. Por otro lado, existen determinados acuerdos tácitos respecto a los lugares/horas/actividades que no son adecuados para las mujeres: una calle durante la noche, los estadios de fútbol, ciertos bares, diversas carreras profesionales, clubes de elite, etc. Sin olvidar espacios macabros como los prostíbulos, que son de socialización masculina por excelencia y en los cuales las mujeres “asisten” como meros objetos de intercambio/consumo.

Esta práctica masculina de reservarse para sí los espacios del patriarcado que ellos han definido como los del poder y del prestigio (milicia, religión, política en su sentido patriarcal, dinero, artes, etc.) va acompañada, sin embargo, de la mantención de su capacidad de acceso a las mujeres. Por supuesto, en línea con los análisis del feminismo radical, la base de este acceso es la sexual[3], mediante la heterosexualidad obligatoria con su abanico de expresiones que va desde el amor romántico hasta la prostitución y la violación, el control de los cuerpos mediante la medicina, la moda, la ley, etc.

Es decir, en conjunto con la existencia empírica, mediada o no por una justificación, de espacios exclusivos para ellos (u hostiles a las mujeres), los hombres reclaman su derecho a acceder de forma libre a las mujeres, y por supuesto, a sus espacios. En ello radica su ejercicio de privilegios. Los hombres se sienten realmente vejados o violentados cuando las mujeres les niegan ese privilegio que, bajo el patriarcado, han entendido como “derecho”, y por ello, suelen usar diversas formas de chantaje hacia las mujeres para hacerlas ceder ante sus deseos. Esto es muy complejo, ya que, desde una interpretación radical, subyacen las mismas lógicas que explican, solo para dar un ejemplo, el sexo obligado en las parejas heterosexuales[4].

Por otra parte, dado que el separatismo no es un fenómeno nuevo ni es un tema que se esté discutiendo por primera vez, aún en las propias filas feministas, radicales y en grupos de mujeres con vasta experiencia política y teórica dentro del feminismo y los movimientos de mujeres en general, cabe dar una breve mirada a la historia, buscando en las experiencias pasadas, algunas respuestas relativas al por qué esto sigue siendo fuente de tensiones, conflictos y quiebres para nosotras, las feministas.

La creación de espacios para estar separadas de los hombres y juntarnos a pensar, tiene una larga data, así, por ejemplo, los inicios del movimiento sufragista en el mundo, y Chile no es la excepción, comparten sus raíces en los clubes de lectura de señoras (entre la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX)[5], en los cuales las mujeres tuvieron acceso a la producción intelectual de otras (y otros), y en medio de las discusiones sobre las lecturas, se generaron las inquietudes y las formas primarias de los movimientos políticos de mujeres. La idea de la habitación propia, que planteó la gran Virginia Woolf, se transforma en estos casos en una necesidad colectiva[6].

El separatismo propiamente feminista[7] surge como estrategia desde las mujeres feministas pertenecientes a las filas de la izquierda progresista de la década de 1970 en países del “primer mundo”. Surge de la necesidad que éstas manifiestan de reunirse a pensar sus asuntos sin la interferencia de los hombres. Los razones son variadas: en muchos casos los propios compañeros de la organización son los perpetradores de violencia contra ellas, encubridores o cómplices; en la mayoría de los casos, estos hombres, consideran que los problemas de las mujeres son secundarios en el desarrollo de los conflictos de clase y no constituyen un asunto político sino personal, y que entorpecen o sabotean los verdaderos objetivos políticos en pos de intereses egoístas y fraccionadores de la unidad de clase.

De esta manera, no fue extraño entonces y no lo es ahora, que los hombres rechacen el separatismo feminista, no se trata de que no sean capaces de entender o que necesiten ser informados, es que, sencillamente, el separatismo los hace enfrentarse a la posibilidad de que sus privilegios sean minados. No creo que los hombres sean ingenuos respecto a estos temas. Nosotras, las mujeres, por otra parte…

Así las cosas, en los grupos de mujeres organizadas, ya sea ante contingencias o de existencia más prolongada, esta necesidad suele reaparecer una y otra vez. En estas situaciones, el separatismo es practicado de una u otra forma, en diversos niveles y grados. Aunque sea la sola necesidad que sienten las mujeres de organizaciones mixtas de juntarse sin hombres en espacios y momentos muy acotados (en talleres, reuniones más informales, exhibición de documentales, etc.), es posible comprobar, en las dinámicas que se producen, la veracidad del lema feminista lo personal es político, en relación a que la mayor parte de las experiencias de opresión que viven las mujeres se producen en el ámbito de lo privado: parejas heterosexuales, familia, etc. En otras palabras: experimentan la opresión de los hombres con los que sostienen algún tipo relación. Por otra parte, en espacios separatistas, las mujeres, socializadas para guardar silencio y escuchar a los hombres, por fin logran alzar la voz y escucharse entre sí, sin miedos o apoyándose en las otras para superarlos. En fin, se comprueba que las experiencias de opresión, muchas de ellas de corte sexual (acoso, abusos, violaciones, etc.) son compartidas por las mujeres, y que son los hombres quienes la ejercen, al mismo tiempo, que, en la mayor parte de los casos, se trata de hombres cercanos, familiares o pareja, amigos, etc., hombres con los cuales las mujeres comparte o han compartido espacios íntimos y/o cotidianos.

Como es posible apreciar, existe una clara coincidencia entre el conocimiento que se produce al compartir las experiencias de las mujeres entre mujeres, y los análisis estructurales de la opresión patriarcal que el feminismo radical plantea desde hace décadas: un orden en el que la diferencia sexual real se transforma en jerarquía, y en el cual los hombres usan sistemáticamente la violencia sexual contra las mujeres para atemorizarlas y mantenerlas a su lado, al tiempo que crean las condiciones para naturalizar las prácticas violentas e interpretarlas como situaciones aisladas, arranques de locura (“crímenes pasionales”) o hechos provocados por las propias mujeres (“violada por embriagarse en la vía pública”, “andar sola de noche”, “emparejarse con hombres malos”, etc.).

Por eso, en general, hay un consenso entre quienes ya se han interiorizado del feminismo, respecto a la “utilidad” del separatismo respecto a proporcionar a las mujeres un espacio seguro para encontrarse unas a otras. Si se ha logrado ese consenso, lo que no es fácil ni rápido, surgen otras cuestiones. Son las mismas que se vienen discutiendo desde que el separatismo surgió, más o menos. Esto es: ¿el separatismo es una táctica de fortalecimiento entre mujeres, para, una vez logrados ciertos objetivos, integrarse con los hombres? O, ¿constituye un proyecto político y vital de las mujeres, a mediano y largo plazo?

Respecto a este punto es que se han producido las más acaloradas discusiones, y, en general, el separatismo como proyecto civilizatorio ha sido mirado con desconfianza y descartado por su supuesta inviabilidad. Esta postura ha sido, lamentablemente, dominante aún entre los grupos feministas que más han defendido la necesidad, utilidad y conveniencia de separarnos de los hombres.

No es mi intención hacer un recuento pormenorizado de dichas discusiones, pero, creo será suficiente con citar un par de ejemplos relativos a proyectos separatistas llevados a cabo en el pasado, como los que se rescatan en dos sendos documentales sobre el feminismo radical (o con énfasis en éste), en países anglosajones como el Reino Unido y EE.UU. Nos referimos a “She is beautiful when she’s angry” (2014) y “Angry wimmin” (2006), ambos situados entre las décadas de 1970 y 1980, principalmente. Aunque con matices, la mayor parte de sus protagonistas reconocen algún grado de desintegración o desgaste en lo que a las premisas separatistas respecta.

Además, existen reflexiones lesbianas mucho más elaboradas sobre el tema, que incluyen abundante información al respecto y que nos muestran cómo hasta las “más radicales” dudaban a la hora de proponer el separatismo como proyecto de largo plazo. Así lo expresa Bárbara León, en un clásico del separatismo acotado y provisorio: “Separar para integrar”:

“La formación de grupos exclusivamente femeninos en cuestiones que no sean los derechos de las mujeres y su liberación, es reaccionaria. Él se encuadra en los proyectos de la supremacía masculina para mantener a las mujeres segregadas, excluidas y “en su lugar”. Sólo si el propósito declarado de un grupo de mujeres es luchar contra el descenso hacia una posición y un status separados, es decir, para luchar por la liberación de las mujeres, sólo entonces un grupo separatista adquiere un propósito revolucionario y no reaccionario.[8]”

Es decir, aquí se manifiesta el viejo temor de estar haciendo lo mismo que los hombres hacen a las mujeres. ¿Feminismo como machismo al revés?[9] Es impresionante que este tipo de debates se dé entre las propias filas feministas, y desde mujeres politizadas, referentes.

El texto citado también aborda el complejo asunto del separatismo lesbiano respecto a las heterosexuales. Aunque por razones muy distintas, en general, también se rechaza la posibilidad de un separatismo estricto. Aunque por medio de las heterosexuales, que luego de su participación en el hipotético grupo de mujeres, regresan a sus relaciones con los hombres, los asuntos de/con los hombres se cuelan subrepticiamente (o de forma evidente) en los grupos separatistas. En estas líneas no se pretende abordar este aspecto, el cual, definitivamente, merece un tratamiento aparte y minucioso.

Por último, si no bastara todo aquello, podríamos simplemente constatar la abrumadora realidad: ¿cuántas comunas lesbianas separatistas prevalecen? ¿Cuántos proyectos, del alcance que sean, se han mantenido y han logrado crecer y consolidarse? Si miramos el panorama general, aún nos encontramos en el reino de la inclusión, los discursos sobre la igualdad, las demandas de muchas mujeres que se identifican como feministas a los hombres para que cambien, para que se “deconstruyan”, los nuevos grupos de hombres que presionan de diversas maneras para mantener esa capacidad de acceso que denuncia Frye (trans, incels y supuestos aliados y hasta feministOs) y cuyas voces son escuchadas entre mujeres declaradas feministas, etc. [10]

Por otra parte, el desprestigio del separatismo feminista, puede comprobar su éxito en las esferas de la academia, en las cuales las cátedras, publicaciones, cursos, etc., dedicados a “la mujer”, han sido casi totalmente arrasadas por los estudios de género, de las diversidades, feminidades y masculinidades, y otros. Es decir, se ha llegado a la impresionante hegemonía de la idea de que, si bien es posible “integrar” a las mujeres en ciertas áreas como objeto/sujeto de estudio, éstas nunca son suficiente válidas en sí mismas para que sus experiencias vitales como seres humanos constituyan un tema de interés particular.

Ante este panorama, que como feminista, me parece peligroso y problemático, pienso que los nos ha faltado no ha sido precisamente mesura, paciencia o empatía para con otros grupos oprimidos o discriminados, no ha sido el cerrar puertas ni los “no” enunciados los que han provocado que demos vuelta una y otra vez sobre los mismos despojos de una civilización decadente y cruel.

Me parece necesario que, renunciando a los arrebatos de optimismo, pero sin caer en fatalismos, intentemos ver el panorama en su totalidad, reconozcamos los errores, los temores y las deshonestidades que nos mantienen atadas a los hombres. Debemos superar la “simple huida”, si me permiten expresarlo así, cuando nos encontramos ante el hecho de que éstos nos matan y nos violan. La reacción airada y emotiva, el análisis de las estadísticas, ya suficientes para abrir las puertas de la jaula de la heterosexualidad, no son suficientes, sin embargo, no nos ha alcanzado, para mantenernos fuera de la jaula… Creyendo, erradamente, que allí a fuera nos espera el descampado, el vacío y la soledad, regresamos una y otra vez a la seguridad tras los barrotes.

Toda la historia, la teoría y la práctica política, nos colocan ante la verdad de la necesidad de separarnos de los hombres, dado el carácter limitado de nuestras posibilidades, en muchos casos de forma gradual, pero sin renuncias, sistemática y definitivamente, y con miras a un proyecto a mediano y largo plazo. Hay vida, amor, pasión, deseo y fuerzas creadoras después y sin los hombres.

Cuando las feministas de la diferencia italianas de Sottosopra afirman que el patriarcado está acabado, porque ha perdido su crédito entre las mujeres, de una manera muy profunda, y desafiante, están en lo cierto[11]. Nosotras hemos heredado un legado teórico, político y simbólico suficiente para renunciar al mundo de los hombres y construir el propio, el nuestro, no podemos pensar que han sido en vano estos cientos y tal vez miles de años de descubrir las miserias y las mentiras del patriarcado.

Sé que estas ideas pueden parecer extrañas, “elitistas” (una acusación constantemente repetida hacia las feministas, junto con la de ser egoístas), cuando en gran parte del mundo millones de mujeres son heterosexualizadas con tal violencia que su único escape parece la muerte. Nosotras no podemos ignorar esta realidad, no lo hacemos. Sabemos que ese final será amargo y en su caída, será el momento en que más zarpazos recibamos. Pero eso no implica que la verdad sobre la bancarrota simbólica del patriarcado desaparezca, o que su inviabilidad, aún a nivel planetario, pueda ser ignorada. Y ya que muchas de nosotras sí tenemos la posibilidad de nombrarnos feministas, lesbianas, radicales, y pensar-nos, tomemos el peso de nuestras consignas, démosle contenido y abandonemos la autocensura. Ante el extremismo de la misoginia, ser cobardes en las ideas no es una opción para nosotras. Está la jaula ante nuestros ojos, pero está también la fisura abierta por otras. Si yo, sentada frente a una pantalla, no fuera capaz de pensarme sin los hombres… ¿qué le quedaría a mis hermanas que viven situaciones durísimas?

Hay pistas, hay legados, unas rutas posibles trazadas y no podemos seguir escogiendo el olvido cada vez que nos enfrentamos a la entrada del laberinto. El patriarcado quiere que no recordemos, que pensemos que estamos ante una pared insalvable, solas, pequeñas y, cada una por su lado, sola y por primera vez… Y sin embargo, hay genealogía. Y en toda mujer que podrá leerme, seguro que hay huellas de esa genealogía, y digo “solo lecturas”, entre tantas otras cosas que podría decir.

Ser radicales, creo, hoy no solo implica ir a la raíz, porque del análisis de esas raíces venimos… Habrá que tomarse en serio también aquello de ser extremas, taxativas, arriesgadas. Las rupturas deben ser tan profundas y definitivas que nos quede más opción que volver a nosotras. Saquemos, pues, a la una de esa relación de dos.

“El patriarcado ha terminado, ya no tiene crédito femenino y ha terminado. Ha durado tanto como su capacidad de significar algo para la mente femenina. Ahora que la ha perdido, nos damos cuenta de que, sin ella, no puede durar. No se trataba, por parte femenina, de estar de acuerdo. Se han decidido demasiadas cosas sin o en contra de ella, leyes, dogmas, regímenes de propiedad, costumbres, jerarquías, ritos, programas de estudio… Era, más bien, un hacer de necesidad virtud. Pero que ahora ya no se hace, ahora es otra época y otra historia; tanto, que lo que se decidió sin y en contra de ella, se ha vuelto caduco, como si la hubiera obedecido siempre a ella. ¡Qué raro! Pero, ¿vale, quizá, para las relaciones de dominio, lo mismo que para el amor, que hace falta ser dos? Ahora a ella ya no le va, ya no es la misma: ha cambiado, como se suele decir. Pero no dice lo suficiente. Porque no se trata de un cambio cualquiera.[12]”


  1. Frye: “Algunas reflexiones sobre separatismo y poder”, en: Política de la realidad: ensayos en teoría feminista (1983, Crossing Press). Disponible en: https://www.facebook.com/notes/genealog%C3%ADa-radical-lesbiana/algunas-reflexiones-sobre-separatismo-y-poder/164715834228985/
  2. Si bien Frye no es, ni mucho menos, la única que ha reflexionado respecto a este tema, que, de hecho, es central en las discusiones feministas, constituye para mí una referente muy querida, por el momento personal en que pude leerla, así como su enfoque, desde mi punto de vista, tan conciso como clarificador. Se trata de la mujer que me puso a pensar “en serio” en separatismo como forma de resistencia y como proyecto de vida.
  3. Gerda Lerner: La creación del patriarcado, (1990, Crítica) [Original de 1986, Oxford University Press]/ Adrienne Rich: La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana (1996, Revista Duoda) [Escrito en 1978, publicado en 1980 por Signs].
  4. Esta acceso sexual debido por las mujeres a los hombres, hasta hace muy poco estaba saldado por los contratos de matrimonio, en los cuales no se consideraba que pudiera cometerse violación, y lo mismo ocurre actualmente en relación a las prostitutas. Una lectura más amplia, por supuesto, comprende a todas las formas de violencia sexual de los hombres contra las mujeres como parte del ejercicio de ese derecho de acceso.
  5. La experiencia de los salones de lectura, de siglos anteriores, definitivamente es un antecedente para estos clubes y nuevamente podemos pensar que el círculo exclusivo de mujeres obedece a necesidades muy sentidas, así como a estrategias políticas bien pensadas.
  6. http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-92595.html
  7. Hablar de separatismo en un sentido más amplio, más genealógico, si seguimos las ideas de las feministas de la diferencia y la idea de continuum lesbiano de Rich, nos lleva a otros fenómenos históricos, como las comunidades de beguinas, la escuela de Safo en Lesbos, las brujas, los propios conventos medievales, etc.
  8. Disponible en: https://garrafeminista.wordpress.com/2018/06/06/separatismo-quando-e-por-quanto-tempo/ Original: “Love and Politics – Radical feminist and Lesbian Theory” de Carol Anne Douglas. Citamos la traducción al portugués.
  9. Por eso, como también señala la pensadora estadounidense, hay que señalar que el separatismo feminista difiere totalmente del masculinismo excluyente, pues mientras los hombres excluyen y al mismo tiempo exigen acceso, las mujeres simplemente buscamos crear nuestros propios espacios sin hombres. A esto, además, Frye lo ha calificado como parasitismo masculino, ya que, al parecer el mundo que los hombres han construido para sí mismo, es tan deshumanizado que ni ellos lo soportan y recurren a las mujeres en busca de una serie de atenciones que les permiten recuperar sus fuerzas y regresar al dominio masculino marcado por la violencia y la competitividad.
  10. https://www.feministcurrent.com/2015/11/30/18995/ Respecto al alegato de no excluir a nadie que sea marginado/violentado por el patriarcado: “Thank you, but literally everyone is “marginalized” by patriarchy in some way.”
  11. Sottosopra rosso: “El final del patriarcado. Ha ocurrido y no por casualidad” (Enero 1996). Disponible en: http://www.libreriadelledonne.it/pubblicazioni/el-final-del-patriarcado-ha-ocurrido-y-no-por-casualidad-sottosopra-rosso-enero-1996/
  12. Sottosopra, Op. Cit.
 
 

 

 

Doménica Franke, nacida en 1980 al sur del sur del estado de Chile. Profesora de historia, lesbiana de campo y Feminista Radical de la Diferencia.

 



Un comentario

  1. Hernán Montecinos

    Bueno, el separatismo femenino se opone, en los hechos, radicalmente a ese llamado de Carlos Marx que nos convoca a todos: ¡”Proletarios del mundo uníos!”. Sobre esto no hay que ser demasiado avispado para darse cuenta que el sistema actual, capitalista, devenido en neoliberalismo, alienta y estimula todos los separatismos que puedan darse en las luchas por nuestros derechos. Que las feministas sólo luchen por ellas, que los profesores lo mismo, los estudiantes allá con sus propias demandas, y así un suma y sigue de varias luchas de intereses particulares: la diversidad sexual, los animalistas, los por el aborto, por los mapuches, por los No + AFP, los que luchan por el agua, por la preservación de los glaciares, derecho a la vivienda, por el No a las centrales hidroeléctricas, y así un suma y sigue de luchas y reivindicaciones particulares, que llevan a olvidar que cada una de esa luchas contiene en su origen una sola y única razón: provienen de las estructuras del sistema capitalista que hay que cambiar. A saber el capitalismo esgrime como su bandera el individualismo, en tanto el socialismo lo social. En definitiva estas luchas separatistas, sin proponérselas, por cierto, caen ante la astucia de los poderes dominantes que han logrado desviar la razón principal a que tenemos que atender en nuestras luchas, diseminando y fragmentando a éstas; mientras más se fragmenten nuestras luchas tanto mejor para el sistema…Entonces, digámosle a Carlos Marx que no sea sonzo… Hagámosle caso al grito de las feministas posmodernas… ¡Proletarias del mundo, separaos!

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