Desnaturalizando el acoso sexual: reflexiones feministas sobre la violencia hacia las mujeres en la universidad

Por Francisca Barrientos Tapia

Palabras preliminares

Las reflexiones, que presento aquí y que comparto con Autonomía Feminista, son parte de un ejercicio de memoria en el contexto actual del Mayo Feminista, el cual consiste en la movilización feminista al interior de universidades y liceos en este territorio, que los hombres denominaron chile. Es un escrito de hace dos años, en el cual intenté plasmar algunas ideas que compartimos con varias amigas, y todas provienen desde la práctica del acompañamiento en la cual participé mientras estuve en la universidad. Hoy tengo otras preguntas al respecto, esto se debe a mi autoformación en Feministas Lúcidas, que ha significado, por fin, una práctica política feminista experimentada en positivo. Con lo anterior me refiero a que durante el tiempo que estuve movilizada, vivir en la negación del patriarcado me significó, en términos personales, una absorción de mis energías y una desmotivación permanente con la universidad, con mi disciplina de estudio y con las organizaciones estudiantiles. En la actualidad, considero que las mujeres que siguen en esto, debiesen tener especial precaución para no repetirlo, por ejemplo, generar políticas de autocuidado entre nosotras. Es necesario preguntarse hasta qué punto damos nuestras energías creativas, aquellas que permiten a este patriarcado longevo descansar en nuestro trabajo gratuito (qué novedad la del patriarcado) al nosotras crearle la política universitaria y hacer que su burocracia institucional se agilice.

Hemos ido aprendiendo sobre la marcha, es cierto, sobre todo cuando venimos de un contexto universitario que vive en la inercia de la ignorancia sobre el feminismo – aquel que se plantea desde su autonomía como perspectiva del mundo y que no responde a una extensión de una teoría mayor como es para las feministas de izquierda. Me satisface leerme y leer entre líneas “Lo personal es político” de Carol Hanisch, poder nombrarla y reconocerle autoría. También a la Kate Millet y su análisis sobre la educación en “La Política Sexual”. Por último, a la Adrienne Rich por el amor entre mujeres y un continuum lesbiano que muchas vamos escogiendo.

Reconozco y valoro todo el trabajo que creamos y a las mujeres que lo siguen haciendo; lo que hoy pienso no podría ser una negación, puesto que viví en mi cuerpo todo este proceso, que no es solo un estallido, y el texto que presento a continuación deja en evidencia que esto se venía tejiendo hace rato. Todo esto que pasó por mi cuerpo también significó la alegría de conocer a muchísimas mujeres que ahora son feministas y con las que nos hicimos amigas. Estos hitos nos hicieron juntarnos y querernos, y me da la impresión de que estos lazos ya son muy difíciles de diluir.

 

Junio, 2018.

 

 

Desnaturalizando el acoso sexual: reflexiones feministas sobre la violencia hacia las mujeres en la universidad

 

Desde el año 2006 en Chile se viene rearticulando el movimiento estudiantil, tanto entre estudiantes secundarios como universitarios. En mi experiencia particular, el año 2011 marcó un antes y un después tras la movilización permanente de mi liceo, la cual consistió en la ocupación de este durante 7 meses. La demanda por una educación pública, gratuita y de calidad viene marcando la agenda pública desde entonces, sin embargo, los contextos han cambiado y también nosotras hemos ido transformando nuestras perspectivas políticas. Al menos desde mi espacio organizativo, ha existido una complejización y una tensión de lo que considerábamos necesario hace 5 años. El contexto que ha dado cabida a esta fisura al interior del movimiento estudiantil es por el auge de una perspectiva política feminista, la cual se materializa a través de la articulación de feministas en espacios orgánicos específicos que corresponden a las organizaciones estudiantiles. Algunas formas que han tomado estos organismos es la de vocalías, secretarías o comisiones de “género”. En el caso de la federación estudiantil de la universidad de chile –FECh- existen secretarías de género en la mayoría de las facultades y desde fines del año pasado se rearticulan tras el objetivo de canalizar en conjunto la visibilización del acoso sexual.

La primera secretaría de género que se creó tras la rearticulación del movimiento estudiantil a nivel universitario es la de mi facultad (filosofía y humanidades), esto fue el año 2011. En ese momento inicial, el objetivo de este espacio fue, fundamentalmente, buscar generar la discusión en torno al género, la sexualidad y la disidencia sexual. A pesar de que no se consideró expresamente este espacio como un lugar de apoyo a denunciantes de acoso sexual o de violencia machista, hemos sido las únicas capaces de hacernos cargo de este conflicto al nivel de la organización estudiantil. El carácter feminista del trabajo que realizamos desde estos espacios, nos ha permitido tener una comprensión mucho más acabada del acoso sexual en el medio educativo y de su intrínseca relación con la violencia patriarcal, lo cual permite que lo desnaturalicemos como práctica y que desmontemos los presupuestos misóginos que lo sustentan y que alimentan la estructura patriarcal.

Durante el año pasado, con la organización de mi facultad, estuvimos al tanto de varias denuncias de acoso sexual, abuso sexual y de violencia física. Lo que tenían en común en ese momento todas las denuncias, es que las personas afectadas eran mujeres, y los agresores, eran exclusivamente varones, profesores y estudiantes. En todas las denuncias, el contexto social de la universidad tenía un rol importante. De alguna manera, era en términos académicos o en este espacio, en el cual se podía visualizar explícitamente las consecuencias de esta violencia, sea por el abandono de estudios, por la inasistencia a clases o por el bajo rendimiento académico. A pesar de esto, las respuestas que generó en su momento la institución fueron siempre precarias y la responsabilidad de las situaciones recaía en las víctimas. Claramente la universidad se presentó como un espacio de impunidad y de complicidad con estas prácticas patriarcales, y que en los casos de profesores acosadores, lo cuales tienen un estatus de relaciones de poder fuertemente jerarquizadas, están amparadas en la institución universitaria autoritaria. Por lo mismo, las soluciones se limitaron a que ellas, las estudiantes, debían cambiarse de sección o debían congelar sus carreras, eran ellas las que debían quedarse con los brazos cruzados. Sin embargo, en el camino fuimos desarrollando estrategias metodológicas para resolver estas situaciones.

Entre algunos de los factores que hemos considerado como influyentes en la decisión de las mujeres que denuncian son: la nula protección por parte de la institucionalidad universitaria, el miedo a las represalias por parte de los agresores (fundamentalmente amenazas legales), y la condena social, mediante la creación de estereotipos misóginos, hacia quienes denuncian y la posibilidad de que la denuncia quede en nada. Todo lo anterior se refleja en la baja cantidad de denuncias que finalmente toman algún canal formal.

Tras todo este clima adverso, hemos evidenciado que el rol que cumple el acompañamiento feminista es de carácter fundamental, como también lo es el posicionamiento de las organizaciones estudiantiles en contra de este tipo de prácticas y en apoyo concreto a las denunciantes. La famosa frase que acuñaron las feministas radicales en “Lo personal es político” nos ha dado la clave para comprender y posicionarnos a favor de las mujeres, en el contexto de violencias machistas como el acoso sexual. Teniendo en cuenta las dimensiones y las características de la violencia que el patriarcado ha generado contra las mujeres y las estrategias que los hombres han desarrollado para reproducir irremediablemente el clima de impunidad, creer en el relato de las mujeres, en primera instancia, es un posicionamiento necesariamente político y feminista. Comprendemos que la práctica del acoso sexual tiene una serie de estrategias políticas patriarcales, que son de carácter profundamente político en la reproducción de la violencia hacia las mujeres; algunas poseen un estatus jurídico-institucional y otras son más socioculturales. Dentro de las primeras, está la revictimización y el uso y entrega de pruebas. Estas dificultades han sido definidas por el carácter patriarcal de los procedimientos que el derecho ha establecido y son comunes en los sistemas judiciales. Dentro de los segundos, uno de los cuestionamientos sociales respaldados en la cultura patriarcal, que contribuyen al clima de impunidad es, entre otros, especialmente el reclamo por el carácter privado o íntimo de este tipo de prácticas y que, por lo tanto, no debieran ponerse en un plano político organizacional, ni es un tema del cual la universidad debiese hacerse cargo.

Todos estos obstáculos institucionales y sociales que las mujeres deben enfrentar en la denuncia, hacen de la violencia, un acto permanente y continuo contra la salud de las mujeres y contra el ejercicio a nuestro derecho a la educación en el caso de las universidades. A pesar del acceso y la proporción de la matrícula de hombres y mujeres, la universidad sigue caracterizándose por ser un espacio hostil para nosotras, aún se concibe como un espacio masculino que ha sido creado por y para los hombres con total coherencia a las relaciones patriarcales de las que son herederos. La reforma patriarcal, que permitió el acceso a la educación a las mujeres, se hizo de otros elementos para perpetuar el patriarcado en la educación.

Hoy día las organizaciones feministas están levantando demandas al interior del movimiento estudiantil, a mi parecer, una de las más relevantes es la de “Educación No Sexista”. El año 2014 se organizó el “I Congreso por una educación no sexista”; esta instancia es una de las más tempranas en la discusión, desde entonces y sobre todo durante este año, se han realizado innumerables actividades, entre ellas: foros, talleres, intervenciones y jornadas en todas las universidades, en las cuales existe alguna articulación feminista en la organización estudiantil. La experiencia del trabajo que hemos desarrollado en torno al acoso sexual, nos ha dado luces para poder dotar de contenido esa educación que queremos y que debiese responder a nuestras necesidades.

El sexismo en la educación es muy visible en la feminización de ciertas profesiones y en áreas del conocimiento, sin embargo, tiene sus raíces más fuertes en aquello que está naturalizado y aceptado por el grueso de la sociedad. El cuestionamiento del patriarcado en la educación no solo debe atravesar aquello relacionado con la monopolización y reproducción del conocimiento de aspectos estratégicos, como la tecnología y la ciencia por parte de los hombres, sino que además debe apuntar al desbaratamiento de este en el plano de las relaciones sociales en las comunidades educativas. Garantizar espacios seguros de violencia machista o en su defecto, el establecimiento de procedimientos éticos pensados desde una matriz feminista para enfrentar las denuncias, es el primer paso para complejizar y hacer realmente efectivo el ejercicio de la educación que venimos demandando hace una década. Desde las organizaciones estudiantiles feministas, la educación no sexista es un requerimiento para la educación pública.

Por el momento el espíritu que ha movilizado a la visibilización del acoso en las universidades es al menos desde mi parte, y de mis compañeras afines, con quienes hemos compartido ya un año de trabajo sistemático, la convicción de que el amor entre mujeres es una estrategia política que tenemos en los contextos de adversidad patriarcal. El reconocimiento mutuo, recíproco y sincero entre quienes trabajamos (seamos feministas o compañeras denunciantes) es una manera de llevar a la práctica la sororidad; esta nos resulta transformadora en tanto nosotras colectivamente cuestionamos radicalmente las estructuras patriarcales, la misoginia y sus modos de despliegue en todos los aspectos de nuestras vidas, como también es rehabilitante, en la reconfiguración de nuestras relaciones sociales que han sido definidas históricamente por los hombres, y a las cuales caracteriza la competición y la enemistad entre nosotras mismas.

La politización de las relaciones personales y la comprensión de estas, en un contexto patriarcal, nos permiten comprender la violencia fuera de la objetividad masculina, que se limita a la comprobación positivista de los hechos. El bienestar de quien ha sido afectada, como también el consentimiento, la reparación emocional y académica son el foco para enfrentar estas situaciones. En este sentido, nos resulta difícil entender que solo con la generación de políticas universitarias sobre acoso sexual, el problema acabará. Si las políticas apuntan de manera integral a la resolución de esto, debiese considerar a la comunidad educativa en su conjunto contra este tipo de prácticas, y no sólo en el plano formal de las relaciones que vinculan a quienes estudiamos y/o trabajan, sino que también en su cotidianidad. Por el momento, el feminismo comprendido como práctica política y organizativa, ha sido capaz de plantearse a favor de las mujeres que denuncian y no lo han hecho las organizaciones estudiantiles de izquierda, ni la institución universitaria. No serán capaces mientras no abandonen sus paradigmas patriarcales. La organización feminista es crucial en la visibilización y concientización, como también, en la generación de contextos de denuncia y en la extinción de estas prácticas.

Maipú, Santiago de Chile

Septiembre, 2016

 

 
 

 

 

Francisca Barrientos Tapia, 24 años. Cúspide entre capricorniana y acuariana, vegana y amante de las tierras de su abuela. Hija de Marisol, criada en la comuna de Maipú. Licenciada en Historia y ex integrante de la Secretaría de Género de la U. de Chile. Autoformada en Feministas Lúcidas desde el año 2015 a la fecha.
Amante de sus amigas y de la comprensión analítica de todo tipo de situaciones.

 



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