MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS
El (por fin) pasado 8 de marzo he sentido vergüenza de ser mujer. Los medios de comunicación salieron a primera hora de la mañana armados de grandes contenedores de basura y los vertieron implacables encima de la población. Ninguno de sus conductores hizo huelga. Pertrechados con eruditos datos fálicos de miseria femenina, miles o millones de fratrías postpatriarcales intentaron resucitar a su muerto (el patriarcado) convencidos de hacernos a las pobres mujeres un gran favor. Estrenaron santo grial y se pusieron en marcha, al modo de esos ejércitos que tanto les gustan, uniformados de oscuras desgracias, ansiosos de protagonizar la gran hazaña de liberarnos a las mujeres. El narcisismo masculino es tan grande que ni parece que se den cuenta de que cada vez que hablan de miseria femenina se están acusando a sí mismos.
Si las mujeres ganamos menos que los hombres por hacer, casi siempre mejor, el mismo trabajo ¿quién es el culpable? ¿La naturaleza o la avaricia masculina?
Si las mujeres somos violadas ¿quién es el culpable? ¿Los ángeles?
Si las niñas y los niños sufren incesto ¿quién es el culpable? ¿Qué tal pensar en su padre, su hermano, su abuelo, su tío, su primo? ¿Qué tal recordarlo y decirlo a gritos todos los días del año salvo el 8 de marzo?
Si las mujeres tenemos miedo de ir de noche solas por la calle ¿quién es el culpable? ¿Los semáforos?
Si las mujeres no estamos en el relato histórico ¿quién es el culpable? ¿Los libros?
Si las mujeres no estamos en vuestros puestos directivos fundados en la violencia ¿será el amor el culpable?
Si las mujeres no estamos en vuestras cárceles ¿será por algo?
Si las mujeres cada vez reconocen menos la paternidad ¿no estarán diciendo algo de su libertad?
¿De qué tenéis tanto miedo? ¿De la libertad femenina? ¿No queréis aprender que la libertad se alcanza con la libertad, no con la miseria?
Gracias, hombres que nos queréis liberar a las mujeres. Pero empezad, por favor, a intentar liberaros de vosotros mismos, de vuestra épica, de vuestro pasado, de vuestras miserias, de vuestra belicosidad, de vuestro amor al poder, de vuestro narcisismo. Las mujeres no queremos ser como los hombres ni tampoco vivir como los hombres viven. ¿Podríais, por favor, enterrar de una vez la palabra “igualdad”? Nosotras tenemos nuestra propia libertad. Dejadnos disfrutarla en paz.
http://www.ub.edu/duoda/web/ca/textos/10/211/
(9/03/2018)