MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS
No me vestiré de negro, pero guardaré luto este 8 de marzo. Luto por la violencia a la que los partidos políticos y sus medios de comunicación nos están sometiendo a las mujeres desde que fueron anunciadas las elecciones generales. Todos los partidos se han vuelto, de pronto, más feministas que nadie y vociferan lo primero que se les ocurre para intentar demostrarlo. Todos notan que las mujeres libres hemos cambiado el mundo y que la tierra se está abriendo bajo sus pies. Pero no se han enterado verdaderamente de nada. Todos quieren saber qué pasa sin escuchar ni leer a las mujeres ni reconocer autoridad femenina, a pesar de que bastantes de nosotras vamos advirtiendo desde hace tiempo de que hemos traído al mundo un cambio de civilización que les afecta (Librería de mujeres de Milán, Cambio de civilización, “Sottosopra” 2018, revista DUODA 56). En España, todos tratan de atrapar el voto femenino como sea: trampas, lazos, pantallas gigantescas, cazamariposas, logorrea… Durante esta semana, resulta imposible enterarse de lo que pasa en el mundo. La única noticia es la miseria femenina y cómo se ocuparán de ella los distintos partidos. Se ocuparán de entretenerla, la que exista, porque si no, se quedarían sin puesto o sin saber qué hacer. Lo propio sería que se quitaran de en medio y nos dejaran en paz.
Porque las mujeres no somos miserables. Las mujeres somos la fuente de la abundancia. Lo que es miserable es que los medios de comunicación y los políticos hablen de nosotras en esos términos. Las mujeres de hoy hemos traído al mundo el final del patriarcado, y lo hemos traído sin sangre, aunque los asesinos de mujeres lo ensangrenten todo. Las mujeres de hoy hemos desenmascarado el contrato sexual que sostenía el patriarcado (Carole Pateman, 1988), un pacto violento entre hombres para acceder a nuestros cuerpos y apropiarse de nuestros frutos, pacto previo y contiguo al contrato social, pacto violento al que no estoy segura de que los partidos políticos quieran renunciar, aunque esté muerto. Las mujeres hemos transformado la política sexual para ser felices, y lo estamos siendo, unas echando de casa cuarenta años atrás al patriarca, otras no dejándole entrar en ella, otras reeducándolo pacientemente, otras reconociendo a los hombres libres del patriarcado. Muchas mujeres no queremos contar en la política de unos partidos que nacieron a finales del siglo XVIII en contra de las Preciosas, mujeres que, estas sí, habían hecho desde principios del siglo XVII en sus Salones, política de verdad, sin violencia, política de las mujeres inteligente, sensible y mixta, con mediación femenina. Los partidos políticos nacieron como entidades de solo hombres: nacieron a la contra y siguen a la contra, aunque haya ahora mujeres, porque su régimen de la mediación no ha cambiado y sigue tan masculino como siempre.
El 8 de marzo saldrán a las calles a manifestarse muchos hombres confusamente patriarcales y es posible que muchas mujeres vaginales. A mí me da pena, porque sé que, unos queriendo, otras sin querer, prestarán un servicio simbólico impagable a lo que queda del patriarcado y a lo que queda de las ganas masculinas de que el patriarcado no hubiera terminado. Este ruido y esta grave alienación amortiguarán, aunque sea temporalmente, los ecos del MeToo, los ecos del triunfo de la libertad femenina en las vidas de muchísimas mujeres cercanas y lejanas. Es la libertad femenina lo que ha cambiado la civilización, no los partidos, porque la libertad se encuentra con la libertad, no con la miseria.
http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/1/237/
(5/3/2019)