Un cuento para el presente* (2019)

Nace una niña en algún lugar del planeta. Su madre, acompañada de otras mujeres, la da a luz en cuclillas, sin violencia ginecobstetra. El anuncio de que es una niña genera una felicidad generalizada en la sala. La reciben con cantos preciosos y no la separan de su madre. Es una niña y en el mundo esto tiene un valor positivo agregado. Se la deja desnuda junto a su madre. Luego se la vestirá de rosado o de amarillo o de morado o de azul. Los estereotipos de género no existen. La madre le pondrá un nombre propio, el padre (en este cuento, existe un padre presente), se fía en la madre, le otorga autoridad de augere[1], confía plenamente en su palabra. La madre no está sola. Además del padre, están la abuela, una tía abuela, las amigas. La criatura está rodeada de Amor y cuidados.

 

Sobre todo se sabe que es una criatura de sexo femenino y esto tiene un valor social y simbólico muy importante[2]. Se trata de una mujer en singular. Como tal, tiene la capacidad de dar la vida y la palabra, al igual que su madre se la acaba de dar, porque eligió libremente traerla al mundo. El aborto (indiscutidamente libre) es una decisión muy excepcional. Las mujeres no basan su sexualidad en el coito heterosexual, sino que la basan en su placer clitórico, en su orgasmo femenino, que abre la sexualidad femenina a toda su energía erótica y creativa[3]. Y cuando decide una mujer embarazarse, lo hace siguiendo fielmente su deseo libre. Sin duda, se celebra la libertad, porque se celebra la vida, se ama todo lo vivo, y toda recién llegada y todo recién llegado al mundo viene a ser feliz.

 

Desde antes de nacer y a medida de que crece, la madre le enseña la lengua materna a la niña y le cuenta relatos orales, fábulas infantiles, le habla de historias pasadas, le lee cuentos y, en todo, están presentes las mujeres como protagonistas de sus propias vidas, en cuya grandeza femenina, la niña, que la llamaremos por ahora Esperanza, por ponerle un nombre, se representa, se reconoce, se mira, se busca y se encuentra. Se expanden las genealogías femeninas a su alrededor, referentes de mujeres libres y rebeldes, referentes de amor entre mujeres, referentes milenarios, seculares o recientes; se expanden en los retratos, en el cine, en la literatura, en la televisión, en los muros de las plazas y en toda enseñanza que la niña recibe.

No existe imagen ni palabra ni ícono ni nada donde una mujer aparezca fragmentada, vuelta cosa, vuelta objeto comible, consumible o intercambiable. Es inconcebible. Como lo es también que una mujer no sea escuchada, en cualquier ámbito de la vida; ahora imaginen lo inimaginable que es, que una mujer sea violada, descuartizada o asesinada en nombre del amor, en nombre de lo que sea, en manos de un hombre o de varios hombres. El cuerpo femenino es inviolable, es in-violentable, porque es el que une la palabra al cuerpo y el cuerpo a la palabra, es un límite que no se discute, me corrijo, ni siquiera alcanza a ser percibido como un límite, es una condición esencial de la dignidad humana femenina[4].

 

El léxico de la lengua materna carece de palabras femeninas con connotación negativa y despectiva. Al contrario, la lengua da cuenta del orden simbólico de la madre en plenitud. Lo relacional está presente por sobre la competición (la división entre superiores e inferiores, entre ganadores y perdedores) y, en la lengua, en cada lengua, el sentido de lo relacional actúa como un sema común que envuelve a todas las palabras. Además, los géneros gramaticales marcan la diferencia sexual como una realidad elemental, necesaria y enriquecedora. Nadie se avergüenza por hablar en femenino ni pide disculpas, al contrario.

Esperanza crece y camina segura por el mundo: segura, confiada, sin miedos irreales, sin lealtades falsas, sin pisar cáscaras de huevos, sin callar por temor, sin disculparse por hablar, sin temer que la tergiversen y, por supuesto, sin negar su sexo ni, menos aún, desear ser el sexo contrario; también esto es casi inconcebible, pues para qué, si una / uno viene al mundo a ser libre, con todas las posibilidades abiertas para autodefinirse y significar su diferencia sexual durante toda la existencia, sin casilleros, sin identidades, sin modelos ni moldes. La diferencia sexual es considerada una riqueza, no un estorbo, obstáculo, campo de batalla o naturaleza a dominar[5].

Para esto, bastó que la niña aprendiera de su madre que la libertad es relacional[6] y, por lo tanto, se experimenta cuando existe confianza en una otra, en un otro, tal como la experimentó en su primerísima infancia. Qué bonita la unión entre la libertad y la confianza. Es que cómo puede ser de otra manera. Si la confianza es contraria al miedo, a la defensa, a la reacción inusitada. Así mismo la niña será capaz de amar y de amar libremente. Será capaz de hacerlo, siendo fiel a sí misma, a sus sentimientos. Esto también lo ha aprendido, en su primerísima infancia, de su madre. El sufrimiento se dará en porciones mínimas en su vida, si es que llega a darse.

El sufrimiento no es un peaje que toda mujer, que llega al mundo, debe pagar por nacer sexuada en femenino, ni en dosis moderadas ni en dosis desbordadas, ni de una sola vez ni a lo largo de toda su vida. Distinto es el sentir. Entre los saberes femeninos que a Esperanza le llegan desde su genealogía, está el arte, la alquimia más bien, de transformar todo sentir en palabras que hacen simbólico. Es el sentir, es la emoción, la pulsión incluso, las que informan el pensamiento y el lenguaje. Y este sentir no está encubierto, abandonado, tapado, disociado, sino que toda ser humana y ser humano lo sabe oír. Por eso, hablar en primera persona y a partir de sí es de lo más natural.[7]

Está abolido todo lo que invoque jerarquías, fuerza y poder: todo. La creatividad de las y los seres humanos fluye como un manantial, porque se abren mil posibilidades a la imaginación y a la expansión de la conciencia. Las relaciones se vuelven más interesantes, complejas, dinámicas y profundas. No se teme el conflicto relacional. No son necesarias las máscaras de ningún tipo, la autenticidad es moneda corriente, no es necesario ocultarse de nadie ni fingir. La mentira está abolida. La competición y traición entre mujeres también lo está; el mal sagrado de la envidia entre mujeres no está representado siquiera en el vocabulario, pues la medida del mundo no son los hombres, por los cuales las mujeres deban competir. No existe la vara de perfección por la que son medidas por ellos y sus valores, ya sean estéticos, sexuales, profesionales, etc., estén ellos presentes o no. Por eso, una mujer es capaz de reconocerle explícitamente a la otra mujer su más, su disparidad, su grandeza, y viceversa, sin competición. ¡La vida es tan franca y fácil![8]

Con otras palabras, Esperanza llega a un mundo donde la autoridad femenina, esa que hace crecer y da auge, está inscrita simbólicamente en todo lo que compete a la existencia humana. Entonces, el augere se encarna, se practica, se nombra, se representa; con otras palabras, se materializa y se lo reconoce en toda toma de decisiones. Por lo mismo, es impensable la violencia de los hombres contra las mujeres[9]; es impensable que las/los animales sufran tortura, que desaparezcan niñas/os y se trafiquen sus órganos o que muera una mujer empalada luego de ser violada, que se asesinen pueblos originarios o se quemen forestas intencionadamente. Es impensable todo lo que es destrucción, depredación; es impensable en tanto es in-dignante y te aprieta el estómago en un nudo, la garganta en un soplo de angustia, la cara en un cúmulo de sangre: in-digna, porque atenta contra la dignidad.

 

Entre las acepciones del adjetivo “digna”, están los significados de excelencia, realce, y también de gravedad, decoro. Por lo tanto, la “dignidad” es algo que trasciende lo material, está más asociada a algo no tangible, aunque visible. Decimos “esta persona es digna, se retiró digna de la sala, no ha perdido su dignidad”. Es como si esta disposición del alma, por llamarla de algún modo, estuviera presente en una, más allá de las circunstancias, es decir, se puede ser digna, incluso en situaciones de precariedad o menoscabo. En este sentido, la dignidad tiene que ver con la grandeza femenina; grandeza, en tanto el cuerpo femenino, la diferencia sexual femenina, constituye un pasadizo entre la biología y la cultura, algo que trae consigo; es su más, es el signo de la especie humana, abierto al infinito[10]. Si no se olvida esta realidad irreductible –no obstante, negada aún en el final del patriarcado– no habrá cabida para la precariedad ni para el menoscabo. La dignidad es una palabra en femenino, no por casualidad. Esperanza, también. La niña crece y logra ser ella misma.

 

*Este texto surgió, en plena revuelta popular en Chile (octubre, 2019), cuando, con Feministas Lúcidas, salimos a la calle con la pregunta: ¿qué es una vida digna para una mujer que se pretende libre?, a propósito de que se discutía y conversaba, en todas partes, sobre los contenidos de la dignidad y la vida digna.

[1] Augere que significa ‘hacer crecer, dar auge’. Ver Muraro, Luisa, 1991, El orden simbólico de la madre. Madrid, España: Editorial Horas y Horas.

[2] Comprendí mejor la importancia fundamental del valor social y simbólico de las mujeres, leyendo la obra de Luisa Muraro, 2013, La indecible suerte de nacer mujer. Madrid: Narcea.

[3] Lonzi, Carla, 1978, Mujer clitórica y mujer vaginal. En Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel, 69-120. Buenos Aires: Editorial La Pléyade.

Rivera, María-Milagros, 2019, Carla Lonzi y otras. Los manifiestos de Rivolta Femminile. La revolución clitórica. En http://www.ub.edu/duoda/bvid/text.php…

 

[4] Rivera, María-Milagros, 2018, ¿Es ya impensable la violencia masculina contra las mujeres? En http://www.ub.edu/duoda/web/es/textos/10/222/  

 

[5] Rivera, María-Milagros, 2005, La diferencia sexual en la historia. España: Universidad de Valencia.

[6] La libertad femenina es libertad relacional. Ver Cigarini, Lia, 2004, Libertad relacional. Duoda, Revista de estudios feministas, 26.

[7] Rivera, María-Milagros, 2019, Carla Lonzi y otras. Los manifiestos de Rivolta Femminile. La revolución clitórica. En http://www.ub.edu/duoda/bvid/text.php…

[8] Ibid.

[9] Rivera, María-Milagros, 2018, ibid.  

[10] Muraro, Luisa, 2013, La indecible suerte de nacer mujer. Madrid: Narcea.

 

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