Chillán, 2018
Encuentro de Feminismo Radical
Para escribir este texto tuve que partir de una premisa fundamental: soy una mujer. para mí constituye mi propia rebelión en una cultura que nos odia, sobre todo, si eres una mujer lesbiana. Sin embargo, tener esta certeza, es resultado del trabajo político con otras mujeres, que no es otra cosa que fiarme, dar y recibir autoridad.
A los 24 años, cuando “decidí ser lesbiana” o, mejor dicho, cuando comencé a tener relaciones de eróticas con otras mujeres, lo hice sin tener conciencia qué significados y connotaciones traía consigo esta experiencia. Yo me creía por fuera de las convenciones sexuales, porque me sentía una “persona muy liberal”, pero no tenía idea de las implicancias político-sexuales para la vida para una mujer, menos aún, para una mujer lesbiana en la sociedad patriarcal. Debo reconocer que, por ese entonces, era muy ignorante respecto a un todo que es el patriarcado, tampoco de una conciencia feminista.
Hoy tengo claridad sobre las imposiciones patriarcales y cómo somos colonizadas para aceptar como natural el coito heterosexual, propio del modelo sexual masculino. Más importante aún, poder construir referentes propios para dialogar sobre las relaciones amorosas y eróticas entre mujeres. De no ser así, corremos el riesgo de reproducir las lógicas heterosexistas en nuestra sexualidad lesbiana. Lo sé, porque lo viví.
¿Habría descubierto que la existencia lesbiana es parte de nuestra genealogía femenina negando mi ser mujer y experimentando la sexualidad desde el modelo de amor heterosexual? La verdad, no. Ni siquiera alcanzaba atisbar que la cultura universitaria y su entrega de conocimiento estaba mediado por el pensamiento androcéntrico que me dejaba fuera de y negaba mi sexo. Todo lo que llegué a entender fue que vivía en un sistema político, económico y social injusto, del cual me sentía discriminada o excluida. Por cierto, debo reconocer que la aprobación masculina tenía en mí mucha importancia, sobre todo, aquellos maestros en la universidad a los que admiraba por su gran capacidad de conocimiento, y para qué decir los teóricos emblemáticos, que a estas alturas, no me hace gracia mencionar. todo aquello me hace pensar en cómo me desenvolvía ocupando las herramientas del amo para sobrevivir en el patriarcado, más aún, como mujer lesbiana.
Todavía recuerdo cuando por primera vez escuché a Andrea Franulic, el año 2012, en el Encuentro Nacional Feminista en Valparaíso, ella dijo: “No basta con ser lesbiana”. Esa frase me dejó literalmente en shock.
Un tiempo después de conocernos con Andrea, nos abocamos a crear un camino político juntas, mediadas por el deseo de estar en relación, yo, sobre todo, por aprender de ella y su trabajo –el Feminismo Radical de la Diferencia-. Luego de unos años surge, espontáneamente, un club de lecturas de feminismo para dar continuidad a la charla que Andrea había realizado en la Facultad de matemáticas de la Universidad de Chile, donde conocimos a varias de las mujeres que dieron cuerpo y vida a Feministas Lúcidas.
Este proceso de leer y conversar entre mujeres, me ha dado la posibilidad de ir resignificando mi cuerpo y su potencialidad creadora de simbólica propia. Para eso, como dije al inicio, fue necesario reconocerme en la historia de las mujeres e identificarme con las mujeres y sus saberes. Como dice María-Milagros Rivera Garretas “La historia es la historia de las mujeres”. Agrego: sean estas de la realeza, blancas, negras, europeas o sudamericanas, porque considero que cancelar el saber de mujeres por cuestiones de clase, raza o lugar procedencia, no es otra cosa que reproducir el sesgo patriarcal. En consecuencia, me parece que aplicar estos análisis de subordinaciones y categorías sociales entre las mujeres, invisibiliza o quita responsabilidad histórica en los hombres y sus sistemas o mecanismos de dominación.
Las mujeres han resistido y rechazado, en todas las épocas y sistemas que conocemos, los mandatos sociales e imposiciones- a causa de su sexo- por tanto, lo fundamental es saber, justamente, cómo esas estrategias de resistencia o de sobrevivencia son reveladoras para TODAS las mujeres que, en pleno siglo XXI, estamos o queremos experimentar la libertad con la política de las mujeres y no desde o con las lógicas masculinas, que una y otra vez, reponen el discurso de la miseria o condición femenina.
La lúcida Adrienne Rich, en los años ochenta, escribió la heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana, justamente para dar cuenta de la OBLIGATORIEDAD de una convivencia de las mujeres con los hombres, principalmente, a través de la institución familiar- el contrato matrimonial- la pareja heterosexual y la maternidad obligatoria. En este punto quiero ser muy clara, al señalar que, esta imposición está sostenida en el CONTRATO SEXUAL ejerciendo un control sistemático sobre las mujeres y nuestros cuerpos. No obstante, como todo en el patriarcado, este concepto ha sido deformado y tergiversado, pues, algunas autoras- LGTB/Queer – utilizando el concepto a favor de los hombres y diversidades, para decir que- ello/es- también padecen la heterosexualidad con los mandatos de género, desplazando la idea fundante de Rich para sacar a la luz existencia lesbiana y la intervención de los lazos entre mujeres, principalmente, los eróticos y creativos, como relaciones que quedan en la sombra, sin voz y palabra, incluso en los denominados estudios feministas.
Rich nos plantea que, tanto la heterosexualidad como la maternidad son instituciones políticas del patriarcado que funcionan, conjuntamente, para regular las relaciones sociales entre los sexos y su reproducción. De esta manera, las mujeres estaríamos confinadas a vivir con los hombres, asumiendo como propio su modelo sexual-el coito- impuesto por el contrato sexual para apropiarse de nuestra capacidad de ser dos. Contrato sexual, dice Pateman, previo al moderno Contrato social y previo a las relaciones de producción que organizan las clases sociales. El contrato sexual define por tanto el lugar de subordinación que hemos ocupado las mujeres en la organización social patriarcal, al igual que la pérdida del control sobre nuestros cuerpos y sus frutos, sobre todo, la cancelación del placer clitórico, propio del cuerpo femenino. Sin embargo, las mujeres del pasado y muchas de nosotras en el presente, hemos desafiado a la institución política de la heterosexualidad obligatoria y su contrato sexual, aunque la violencia sistemática con que los hombres han pretendido establecerse como el parámetro o medida de lo humano y hacer sociedad y cultura desde su tradicional pensamiento androcéntrico, jamás ha acallado nuestras existencias libres.
La genealogía de mujeres con simbólica propia siempre ha existido y hoy, más que nunca, nos otorga ese sentido para que establezcamos mediaciones con el mundo y otras mujeres, a través del orden simbólico de madre (Muraro). Es preciso saber que las mujeres, a lo largo de la historia, han creado y experimentado diversas formas y estrategias de rebelión contra el sistema patriarcal y, por sobre todo, formas de separación del mismo. Una de las separaciones más importantes ha consistido en elegir a otra mujer como compañera de relación, sean estas relaciones de profunda amistad o de sensualidad y erotismo; de la misma manera, que elegir libremente no parir o casarse. Si vemos hacia las mujeres del pasado, no es casual entonces, encontrarnos con relatos o testimonios como por ejemplo, Agustín de Hipona, en pleno siglo III, le escriba una carta dirigida a su joven hermana que ha sido ingresada al monasterio, pues, teme que inicie prácticas de amor y erotismo con otra mujer.
Los espacios monásticos, conventos y abadías fueron experiencias donde se sostuvieron y practicaron relaciones intensas de amistad espiritual o de amor erótico entre monjas o célibes. María-Milagros Rivera Garretas, reconoce en las distintas formas de espiritualidad o religiosidad una evidente resistencia al régimen de la heterosexualidad obligatoria, al mismo tiempo que fue el espacio creativo de simbólica propia a través del diálogo exclusivo entre mujeres que, a partir de la palabra hablada y escrita, dio rienda suelta al desarrollo intelectual y de las artes. Podemos reconocer, entre muchas, a mujeres como Juana Inés, Hildegarda de Bingen, Hrotsvitha, Drusiana, Trotula, Eloísa y Teresa de Jesús; mujeres que dedicaron su vida no solo a prácticas espirituales, sino que al estudio de la naturaleza, la física y las matemáticas, la astronomía, la arquitectura, la anatomía femenina, la estética y la alimentación, etc. De modo que, el monacato femenino y las abadías[ii] albergaron, por varios siglos, a comunidades de mujeres en su mayoría, mujeres de la nobleza que se refugiaron en estos lugares para huir del matrimonio. También para ellas configuró una forma de -parentesco espiritual – es decir, casarse con dios, pero sin sexo. En tanto, las otras mujeres del convento se transforman en hermanas.
Castidad y Virginidad
Ambas tienen connotaciones distintas, la virginidad se entiende como la disposición del cuerpo de las mujeres para ser intercambiado/vendido/concedido y puede ser penetrado o violado. La virginidad, aclara Milagros Rivera, es un código patriarcal donde rige la reglamentación del tipo y grado de pertenencia de una mujer a uno o más hombres. Esta reglamentación determina por tanto -quién puede o no acceder- a ese cuerpo. En ese sentido -El cuerpo virgen- es ley general para las mujeres en el contrato sexual. En cambio, llevar una vida célibe o casta, fue un recurso para ejercer la libertad. Todas las mujeres que abandonaron sus hogares para hacerse peregrinas o monjas en monasterios y conventos, lo que hicieron fue renunciar al contrato sexual- incluso, algunas con mayores recursos, fundaron sus propias abadías para vivir junto a otras mujeres. Esta experiencia fue llevada a cabo, indistintamente, por jóvenes y adultas. En cuanto a las mujeres adultas decidían ingresar a estos espacios, una vez casadas y dado hijos a su esposo, cumpliendo con la obligatoriedad del contrato sexual o, al enviudar.
Las mujeres viriles y el viaje de Egeria
Durante el siglo I y II muchas mujeres célibes activas, es decir, mujeres que optan por la castidad sin orden monástica, se dedican a viajar y ejercer la predicación. Mujeres como Paula, Fabiola, Melania la vieja y Melania la joven, Egeria, entre otras.
Egeria, autora de la obra Itinerarium, fue una mujer que le apasionaba viajar, pues, para ella, el viaje significa ver por sí misma, lo que ha leído en los libros sobre la tierra santa. Egeria emprende un viaje, siguiendo las huellas de Cristo, durante tres años. Va de ciudad en ciudad y escribe sobre cada peregrinación. Esta escritura la dedica siempre a un grupo de mujeres con quien tiene fuertes y sólidos vínculos, a quienes llama Dommae y Sorores -dueñas y hermanas- o Lumen Meum -mi luz, luz de mi vida-.
La rebeldía de Egeria fue atreverse a viajar como “un señor”, apropiándose de los espacios simbólicos y materiales, exclusivos de los hombres, rompiendo con la estructura de roles asignados a las mujeres de su época. Ella representa lo que se conoce como Mulieris Viriles, mujeres que no se ajustan a los contenidos materiales y simbólicos de su sexo. Podríamos decir, una mujer lesbiana, mas, no masculina. Sin embargo, las amenazas no se hicieron esperar. Milagros Rivera, da cuenta de la existencia de una carta de San Jerónimo incitando a detener los viajes de mujeres con la amenaza de la violación, es decir, se aplica la violencia sexual como estrategia para detener el libre desplazamiento femenino. Esto conllevó a que, posteriormente, solo las mujeres aristócratas emprendieran viajes, aunque, de forma cada vez más reducida por el temor que significaba un ataque sexual. De esta manera, las mujeres célibes activas, progresivamente, fueron quedando recluidas al monacato para evitar el desplazamiento. A fines del siglo IV, decae y desaparece como práctica, el viaje de mujeres.
La deformación y mutilación [iii]
La deformación sacrificial -shulenburg- es una práctica de deformación corporal, principalmente, la deformación del rostro. Esta práctica tenía como finalidad evitar el deseo de los hombres hacia ellas. Las mujeres que no deseaban casarse y las monjas, habitualmente, se amputaban la nariz para cumplir con este objetivo. Del mismo modo, fue un recurso muy utilizado, inclusive, por las mujeres al interior de los monacatos o conventos, por la escasa seguridad que tenían estos refugios, los cuales podían ser invadidos por hombres, sobre todo, en los contextos de guerras internas.
Beguinas, muradas y guillermitas
Las Beguinas -siglo XII- fueron mujeres que vivieron en libertad. Ejercieron pautas de espiritualidad o religiosidad sin estar sujetas a reglas o a un espacio determinado de claustramiento y que, practicaban la castidad. Fueron mujeres que durante toda la vida ejercitaron un pensamiento libre espiritual e intelectualmente. Este movimiento, de espiritualidad libre, es previo a la inquisición, participaban mujeres de todas las clases sociales, muchas de ellas provenientes de familias nobles o vinculadas a la realeza, no obstante, al destino que podían optar por ser mujeres las motivaba para abandonar toda clase de comodidades, incluso dedicarse al vagabundaje o la limosnería.
Las muradas o emparedadas -siglo XII- fue otra expresión de religiosidad mucho más extrema y drástica. Fueron mujeres que se recluían en una celda tapiada alrededor de su cuerpo, para luego ser ancladas en el muro de una ciudad. Esta práctica se mantuvo hasta finales de la edad media. Vivían de limosnas y se dedicaban a la contemplación; las personas las visitaban en busca de consejos espirituales. Varias de ellas experimentaron visiones o revelaciones místicas.
Guillerma de Bohemia -siglo XIII- Fundadora de las Guillermitas, una corriente religiosa declarada herética. Guillerma fue una mística y visionaria, habló y escribió sobre su diálogo y relación directa con dios, sin mediación masculina. Esta práctica le costó la vida. Fue muerta en la hoguera.
Para concluir, quiero decir que, las nacidas con un cuerpo sexuado femenino, sabemos cómo se vive en una civilización construida sobre la base de una superioridad masculina. En razón de lo mismo, no podemos analizar la realidad del presente, sin conocer la historia pasada de las mujeres, sobre todo, omitiendo las experiencias de libertad femeninas –no de liberalidad o liberación- que se inclina a la homologación con los hombres, porque sabemos que, ninguna ley o colaboración, aparentemente voluntaria, de los compañeros, nos la darán.
Estos encuentros y conversaciones entre mujeres nos dan la energía para saber y sentir que el patriarcado no lo copa todo, como dicen las italianas en su texto “El final del patriarcado”. Por ello, nosotras que nos identificamos con las mujeres, no podemos rehuir a la existencia lesbiana, para dejarla absorber por la política identitaria. Debe mos hacer un trabajo político importante para difundir la historia de las mujeres que María-Milagros Rivera es la historia. Una historia de mujeres que, al igual que nosotras, no quisieron vivir en el régimen de la heterosexualidad obligatoria y disponer su cuerpo al contrato sexual.
Es preciso para cualquier mujer lesbiana saber y dialogar con otras mujeres sobre estos temas, pues, una cosa es romper con el régimen político heterosexual al amar a otra mujer y vivir el erotismo con ella, pero otra, es negar el cuerpo sexuado y su potencialidad. Hoy más que nunca se torna peligroso – con tanta ideología a cuestas, el preferir el reflejo masculino como negación de lo femenino, porque la masculinidad, más o menos hegemónica nunca nos hará libres. La libertad es femenina, porque la libertad es sexuada.
* He realizado algunas actualizaciones al texto original, para hacer más precisa la información, que se basa en la lectura del libro “Textos y espacios de mujeres (Europa IV-XV) de María-Milagros Rivera Garretas.
[i] para escribir este texto me inspiré en el libro “El cuerpo indispensable” de Mª Milagros Rivera Garretas, el cual estaba leyendo en este momento.
[ii] las abadesas no hacían votos de pobreza.
[iii] Oda de Rivreulle es considerada la mujer inspiradora del movimiento Beguino, mutilándose la cara para no casarse.