por Ana Castro
Santiago de Chile
Busco un comienzo para esta historia y me detengo en el momento en que yo nací. Porfiá, me vine a este mundo antes de lo que me esperaban (mi abuela me decía que la que apurá viene apurá se va a ir). Fuí un bebé 8 mesino. A través de toda mi vida, hasta que me casé, la sentencia y los malos augurios de estas dos mujeres me rodearon. El temor de mi mamá era que yo no viviera lo suficiente, era un palo de ajo; ellas sentenciaban que yo no llegaría a ser grande. Era chicoca, endeble, enfermiza, pero con una gran voluntad y porfiá; para que no me arrancara me amarraban a la pata del catre como a un perrito.
Lo que sigue no es tan distinto a lo que les sucede a otras niñas de mi edad, carentes de todo un poco. Yo era afortunada, mis padres me querían y mi padre no bebía. La vida me llevó por caminos que yo no tracé y seguí a mi esposo obediente y convencida de que eso era todo.
Me impusieron la fe católica, por suerte con las dos caras: obedecerla… pero también aprovechar las oportunidades más allá de lo estricto de las leyes. Tengo memoria de 3 o 4 primeras comuniones, porque nos daban el vestido y los zapatos para hacerla. No me quería casar, esperé hasta los 8 meses de embarazo; mi madre me decía “aquí no te puedes quedar hija”. Lo seguí. El, como le habían enseñado, dijo “me caso”.
Mi rebeldía se despertó un día sin poder contenerla ¿Cómo, si estaba atrapada tanto tiempo? Sólo fue necesario un momento, se juntó todo; todo lo que yo creía o me hicieron creer que era bueno para mí se disolvió en un instante. Estaba allí, en una cama de hospital, desangrada, vacía, desalojada de mi útero y mi alma, mi alma se negaba a habitarme. De una cosa estaba bien clara: no caminaré sola, sin amor hasta el umbral de la muerte, nunca más. Lo odio por lo que me hizo. No quería vivir, ¿para qué?, ¿por mis hijos? …. Y el día a día me llevaba a seguir mi vida.
El creer y armarme de nuevo, el construirme los trozos que me faltaban, pedir prestado afectos, experiencias, sabiduría, calor, el aquí estoy de otras mujeres. Fue importante para mí eso, de repente se empieza a aclarar la película. Nadie podía sacarme de la situación en que vivía: ni las leyes, ni mi familia, ni Dios, ni los grupos de mujeres, ni los talleres. En la cama estas completamente sola.
Igual que en mi vida en el país nada se había detenido. Comencé a involucrarme, no supe como, pero fue de a poco, aquí o allá sabía que tenía que hacerlo. De repente me di cuenta que todos éramos un movimiento solidario que no tenía nombre. Eramos personas que íbamos y veníamos de las fiscalías, cárceles, vicarías, manifestaciones, mítines; repartiendo panfletos, colocando afiches, muchas cosas de alguna manera clandestina. No sentía cansancio, ni hambre, me sabía valorada.
Este andar me llevó a conocer a otras mujeres y a algunos hombres con ideas atractivas que cautivaron mi interés. No sabía qué era, no tenía nombre para mí y seguía con mi trabajo interno de entrega a los demás.
Hubo muchos 8 de marzo en los que corrí, arranqué y lloré por las bombas lacrimógenas, hasta que un día mágico en la Estación Mapocho, en un ritual con muchas mujeres descubrí la potencialidad de nuestra espiritualidad, esa energía sanadora, esa infinitud nuestra que nadie podía quitarnos. Me fui llena de alegría, plena, no estaba sola, éramos tantas las que sentíamos igual. Queríamos un cambio, pero no que otros lo hicieran, queríamos ser protagonistas eso era lo más importante en ese momento (no pedí permiso para pensar así).
Este proceso no se detuvo ni con la democracia, ni porque el Lucho se enojara por las cosas en que yo me metía. Descubrí mi cuerpo y me adueñé de él reclamando todo lo perdido: el placer negado porque yo era señora y tenía que cuidar la casa y los niños, en ese orden. No me quedé ahí no más, salí al encuentro de otras mujeres, tuve la ocasión de recibir el diario Marea Alta, allí estaban los temas que me interesaban.
No puedo definir cuando fue el enganche. Durante un tiempo asistí a consulta en La Morada, les pasé la cuenta. No quería que me atendieran como a cualquiera otra persona, quería que me vieran como un ser distinto, éra víctima de una violencia que me estaba haciendo daño aunque mi marido no me hubiera pegado: pedía un trato distinto, que no me miraran como una cosa, que se identificaran con lo mío, que yo no estaba haciendo el loco, ni tampoco estaba loca. Un día me encontré allí con un grupo de mujeres populares que me invitaron a participar en un Taller que dirigía la María Mendoza. Se hablaba de feminismo popular y todo se aclaró, me di cuenta que mis rebeldías tenían un nombre, asumirme feminista, ya estaba segura, por aquí era el camino. Como se dijo en el taller “la práctica se vive primero, después se sabe el nombre”.
Paralelo a esto yo seguía con mis cosas.
Al principio me asustaba, me costó estar entre las feministas, fué un desafío ir por este mundo patriarcal como feminista. Veía a las feministas como una élite y eso también me asustaba, tenía ideas preconcebidas, mitos y prejuicios con respecto a ellas, pero no me detenía.
Seguí haciendo mi aporte a esta sociedad, ahora desde la cuestión doméstica (marido, hijos) hasta lo público. En Chile pasaban cosas que dolían, yo tenía que poner de mi parte para el cambio. Pensaba que la teoría feminista que recibía salía de unas mujeres intelectuales, inalcanzables para mí, a las que yo no había llegado.
Desde entonces puedo ver el cambio en mí, es lento pero es real. Encontrarme con mi ser interno ha hecho posible que no haga exigencias a los otros de que me amen; ahora es posible que me amen porque me ven feliz, no porque les estoy exigiendo, trato de no influenciarlos, de dejarlos ser, que si ellos toman decisiones no ser yo la que está tomando esas decisiones. Que me dejen ser. Ser me permite ir y venir, me gusto más.
Otra de las cosas que descubrí es que estamos fraccionadas, que no miramos la parte más sensible y vital que son los genitales. Hoy creo que si me apodero de mi cuerpo nadie más me va poder someter. No más presas separadas, nuestro real poder está en adueñarnos de nuestro cuerpo, desde ahí podemos ejercer un poder.
El poder institucionalizado está hecho desde la perspectiva de los hombres, esto tiene que ver con lo que es el patriarcado. Cuando yo militaba, en una ocasión, en una asamblea solemne que hubo en mi comuna (Lo Prado) expresé públicamente mi molestia por el acoso sexual que sufríamos las mujeres en el partido. No tuve la solidaridad de las mujeres que éramos mayoría, aunque anteriormente lo habíamos conversado y me habían dado su apoyo. Sólo dos varones se acercaron a solidarizar conmigo. Después de ese hecho me retiré del partido.
Aunque en algunos partidos la presencia de la mujer es mayoritaria y algunos plantean la discriminación positiva, en esos partidos no está expresada la mujer; tampoco en el poder judicial, en el poder legislativo, en ninguna parte. No hay mujeres que nos representen porque mañosamente nos sociabilizan en algunos espacios y allí nos instalan, nos aquerenciamos en esos espacios y nos hacen creer que hasta ahí no más podemos llegar, mañosamente, porque no se implementan las distintas formas para que desde los primeros niveles las mujeres vayamos asumiendo nuestras capacidades de manera integral y sin miedo.
Entonces, no basta con que la mujer esté allí, tiene que ser una mujer que se la pelee por su género, con mente y cuerpo de mujer. Es cierto que vamos haciendo cosas, pero con muchos miedos de perder la familia, los afectos. Si se llega a un nivel alto se paga un gran costo por eso. Es por eso que todo lo que viene de la institucionalidad me huele mal, me suena a corrupto porque me obliga a tener que “adaptarme”, me absorbe y me invisibiliza, eso no me gusta.
Las urgencias que tenemos las mujeres son utilizadas por el sistema, por los partidos, pero no son asumidas. No tenemos capacidad para sacar nuestro discurso del contexto privado a lo público. Esta incapacidad hace que otros se apropien de nuestros discursos e invisibilicen al movimiento, y por nuestra parte muchas veces por la competencia interna no nos validamos unas a otras.
No me puedo vivir el feminismo aislada, necesito a las otras.
Pero, cuando una está en el mundo de todos los días, una se da cuenta que el discurso asusta a los demás, que no hay intercambio. Quiero que las otras mujeres vayan descubriéndose, desarmando este sistema que les impide ser felices; necesito argumentos sólidos, necesito interlocución, creación de pensamiento; necesito hacer política con el grupo, con las otras y con las que tengan conocimiento del feminismo. Esto es político, vamos dejando señales; tal vez no le hacemos ninguna raya al tigre, pero otras nos pueden seguir. Es con las feministas, con las que tienen proyecto político, con las que se atreven desafiando lo instaurado, con las que a pesar de ser una pequeña señal rompen con el sistema mismo, con las que no se someten a las normas, es con todas ellas con las que voy a ir haciendo huecos en el sistema para crear una nueva forma de vida. No excluyo a los hombres que son distintos, hay hombres que están aprendiendo una nueva visión del mundo.
El discurso no se pierde y se hace vívido, se traspasa se hace material cuando lo compartimos. Pero estar juntas es difícil. Somos distintas en lo social, lo económico y en educación. Venimos de distintos sectores, tenemos vivencias y procesos distintos, esto también hace que haya diferencias en las maneras de ver el feminismo, en las necesidades, en las urgencias que tenemos de otro tipo de sociedad. Una mujer con recursos puede resolver algunos problemas (aborto, por ejemplo), por eso no tiene la misma urgencia que una de sectores populares. Entonces, resuelve lo personal, pero no hace el cambio.
Otra de las dificultades del feminismo son los liderazgos. Algunos liderazgos son autoritarios, quieren imponer sus puntos de vista vociferando para ser escuchadas, esto intimida a las otras. Cuando no pueden imponer sus posiciones y en un momento de conflicto el grupo no las apoya, estas líderes se van a organizar otro grupo, buscan asociarse con otras que tienen resentimientos afines hacia el grupo. Esto crea inseguridad y desorientación en el grupo.
A veces el discurso es demasiado analítico e intelectualizado y excluye a las que no manejan este lenguaje, de esta manera los aportes de las que no pueden hacer grandes análisis políticos quedan excluidos también porque se establece una dinámica de desigualdad. Los grupos muy políticos se olvidan de las individualidades, de las diferencias que tenemos entre nosotras (sociales, económicas, educativas). Esto pasa porque faltan espacios de conocimiento, acercamiento entre nosotras, no sabemos mucho las unas de las otras, no tenemos un lugar físico común.
Empezamos cada vez como si fuera la primera. En el caso de la Morada, por el hecho histórico de haber sido el primer espacio del feminismo en Chile, nosotras como feministas autónomas no tuvimos la capacidad de verla como parte de nuestra historia, por lo que no la peleamos y las otras, las institucionalizadas, se apropiaron de ese espacio y también de la historia de ese espacio.
No tuvimos capacidad de reconocer el patrimonio histórico. Es así como las cosas se van personalizando en las pocas que sí tienen conciencia de este patrimonio histórico, pelean solas y sin embargo es de todas. Cuando hacemos cosas no pensamos que estamos haciendo historia, hemos estado muy ocupadas en instalar la idea de ser feministas autónomas, eso hace que no le demos el valor que tiene a la historia anterior al movimiento feminista autónomo y también que algunas no reconozcan la historia si no han participado y se crea conflicto con otras que han participado y quieren que se reconozca la historia del grupo.
Otras de las dificultades del feminismo son la poca continuidad y constancia; no vamos más allá del hecho político coyuntural, no vemos su trascendencia y no lo proyectamos.
Pero no todo es dificultad en nuestro feminismo, hay diferencias (clase, social, educación) que enriquecen al grupo (siempre que se tomen en consideración) porque incorporan más conocimiento de la realidad e incorporan más mujeres al movimiento, mujeres que son necesarias para interlocutar, para ir creando un pensamiento, un modo de vida, una pará distinta.
Ana Castro
Octubre, 1995.-