Por Andrea Franulic Depix y Jessica Gamboa Valdés
Referirnos al proceso constituyente en Chile nos retrotrae a la revuelta social que hubo el año 2019. La revuelta habló, como un susurro -como dicen los versos de Tracy Chapman: Don’t you know/Talking about a revolution?/It sounds like a whisper– de una transformación profunda que no pasaba por la política con poder o política partidista y que, de alguna manera o de distintas maneras, las mujeres -desde mucho antes- y, luego, las y los jóvenes, muchas/os de educación secundaria, estábamos -y estamos- encarnando.
¿Qué paso? Pasó que quisieron ahogar estos susurros con la violencia propia del poder del Estado masculino (aunque este adjetivo redunda), mutilando ojos, ejerciendo violencia sexual, asesinando y apresando manifestantes, reprimiendo con fuerza militar y policial, colocando arbitrarios toques de queda y promulgando leyes para legitimar estas atrocidades. Y también usaron otras tácticas, políticamente correctas, precisamente, aquella que consistió en negociar un “Acuerdo por la paz”[1] para proteger la institucionalidad, la gobernabilidad y la democracia que son estandartes de la política con poder, la misma que se había venido abajo.
Así fue como se gestó la actual Convención Constitucional que, más que una victoria, ha resultado ser un mecanismo de renovación del pacto social, pacto siempre masculino, pero simulado con espejismos de cambio. Decimos “espejismos” porque son solo eso. Sin detenernos en la obviedad, esto es, que la convención constituyente también cobija a representantes de la derecha criminal, quisiéramos referirnos a los espejismos, tales como el discurso de la paridad de género y el de la inclusión de la diversidad sexual[2], pues estos nos afectan peligrosamente a las mujeres.
Tanto el uno como el otro se anclan en las añejas políticas de identidad, propias de la política con poder y sus estrategias, pero hoy reivindicadas por lo que se ha hecho llamar “feminismos”. Las políticas de identidad nos borran a las mujeres, en tanto niegan nuestra corporalidad sexuada y nos rebajan a la ficción de los estereotipos de género, ahora en sus versiones no binarias, fluidas o híbridas, pero estereotipos al fin y al cabo, los mismos que fueron develados y desmantelados por el feminismo del último tercio del siglo XX y que hoy, en una avanzada del transpoder, se reponen desesperadamente con el apoyo de las mujeres y las feministas colaboracionistas, quienes no soportan la libertad de las mujeres, de las mujeres que no queremos participar del engaño de la igualdad de los sexos, que pretende empequeñecer nuestra potencia creadora y política: ¿iguales a quién? Otra cosa es la justicia social.
En este sentido, la nueva Constitución de Chile llevará el sello del transpoder, consensuado en la agenda política del progresismo de izquierda. Y parece ser algo inevitable. Solo es cuestión de ver el programa político de la candidatura presidencial liderada por Gabriel Boric[3], perteneciente a la coalición del denominado Frente Amplio, fundada el año 2017[4]. Lo mismo sucede con la conformación de las y los constituyentes, donde las mujeres “representantes del feminismo” o, mejor dicho, de los feminismos[5], al igual que Elisa Loncón, académica y representante de los pueblos originarios, promueven discursos a favor de la inclusión, operación favorita de la supremacía masculina. ¿Inclusión de qué?: de las mujeres, de los pueblos originarios y de la diversidad sexual o identidades de género, usando un lenguaje que, como tal, falsifica y desvirtúa nuestro sentido libre de ser mujeres y mujeres lesbianas: les niñez, personas trans, trans femenino/a, trans masculino/a, personas gestantes, cuerpos menstruantes, trabajo sexual, gestación subrogada, familias diversas, por dar algunos ejemplos, que también son globales. Y ¡cuidado si dices algo distinto! Te acusan de discurso de odio, de ser trans-odiante o usan la manoseada palabra Terf. Por suerte, y por amor a la lengua materna[6], siempre decimos y diremos algo distinto.
El refrito discursivo del presente no es más que la caduca falacia patriarcal de la construcción de género y sus estereotipos codificados por su régimen de significación, de tal manera que el pacto entre hombres, aquel que usurpa el cuerpo de las mujeres y sus frutos, desde los albores de su civilización depredadora, siga vigente con la legitimidad de los lenguajes académicos, los partidos políticos, las leyes y los derechos, la democracia, los medios masivos de comunicación, el sistema educativo, etc., buscando nuevos subterfugios, tales como, por nombrar algo, los nuevos morfemas de género gramatical que se están imponiendo -por decreto, por la fuerza de la ley o por sanción moral y social- en los ambientes institucionales, como el uso de la E en las comunidades hispanohablantes, signo lingüístico de la inclusión y la disidencia, mientras, apenas, la mayoría de las mujeres supera la O del pretendido genérico (masculino). Es común escuchar a las mujeres hablar de “uno piensa, uno dice, uno hace, uno cree…”, en lugar de “una piensa, una dice, una hace, una cree…”.
No obstante, nuestra política, la política de las mujeres, la política primera, sigue más viva y creadora que nunca, sin desgastarse en inútiles y falaces interlocuciones, sin dar vueltas eternas en una rueda de ardillas, sin caer en el círculo vicioso de la dialéctica de lucha ni de las antinomias del pensamiento. Más allá de estas máscaras, nuestra política encarna transformaciones radicales, tan profundas como las raíces y tan verdaderas como la lengua materna, que es la concordancia entre las palabras y las cosas para comunicar nuestra experiencia común y singular, como nuestras antecesoras en los grupos de toma de conciencia, de política feminista autónoma de los partidos y de los grupos mixtos de izquierda. Nuestra experiencia nace de nuestros cuerpos sexuados, un hecho irreductible.
*El término del Transpoder, pertenece a la historiadora española María-Milagros Rivera Garretas.
[1] Documento firmado por representantes de partidos políticos, el 15 de noviembre de 2019, es decir, a menos de 1 mes de la revuelta social. https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?id=documentos/10221.1/76280/1/Acuerdo_por_la_Paz.pdf
[2] Se expresa en los discursos inaugurales de la convención constituyente: Elisa Loncón como presidenta electa https://www.youtube.com/watch?v=48ww14r0zjU y de Jaime Bassa, vicepresidente https://www.youtube.com/watch?v=RwTqHNBfQE0
[3] Diputado y ex – dirigente estudiantil, señalado por la ACES (Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios) y otras organizaciones sociales de base, como “traidor” al participar en el “Acuerdo por la paz”, legitimando el cese de la revuelta social.
[4] Un símil de esta coalición es el partido Podemos en España, conglomerado que impulsó la Ley Trans de autodeterminación de género.
[5] Constituyentes feministas que asumen una representatividad desde los partidos políticos de izquierda, o bien, desde la Coordinadora 8M, que surge el año 2018. Desde este lugar del feminismo se propone instalar una Constitución Feminista desde el proceso constituyente priorizando los derechos sexuales y reproductivos y el uso del lenguaje inclusivo que integre tanto a mujeres como a las disidencias. Además de generar un mecanismo de integración de las personas trans a través de cuotas, aludiendo a que la paridad debe dejar de ser un sistema binario.
[6] La lengua materna, descrita por la filósofa italiana Luisa Muraro.