Las universidades patriarcales: instituciones en decadencia
Nuestras antepasadas vivieron humillaciones y persecuciones por sus luchas para acceder a la educación. Las primeras mujeres que entraron a las universidades vivieron la ridiculización permanente y el hostigamiento de los hombres, que caminaban por sus pasillos y aulas con la naturalidad de quienes se sienten legítimos poseedores del conocimiento y la verdad.
Hoy, las mujeres del siglo XXI sabemos que ese conocimiento y esa verdad responden a una visión reducida, estrecha y empobrecida de la vida. Hoy sabemos que esta puerta, que nos abrieron -con valentía y lucidez- nuestras antepasadas, nos permitió la entrada a un orden simbólico masculino y a una tradición de pensamiento en franca decadencia, pues se sostienen en una ideología que valida un único punto de vista y reconoce un único cuerpo sexuado, el del hombre. El androcentrismo es la ideología que sostiene el orden patriarcal hasta el punto de su autofagocitación.
Sabemos esto y mucho más, sabemos de nuestros cuerpos sexuados y su potencia, sabemos de las mentiras y engaños de esta civilización depredadora, sabemos de libertades reales, y sabemos que los hombres patriarcales no soportan que sepamos tanto y que lo digamos, lo gritemos, lo expresemos en diversos lenguajes o hablando en lenguas; entonces su ira ancestral arremete, como muchas veces antes en la historia, como muchas veces antes en tiempos de feminismo expresado y, ante la vista de todas, reaccionan con el poder y la violencia que les son propios, y matan, violan, persiguen, humillan, provocando en nosotras más asco, más desprecio y más desdén, porque vemos, en un despliegue vergonzoso y patético, su mediocridad y la inutilidad de que hayan venido al mundo.
En este patriarcado tardío que estamos viviendo, las mismas prácticas fundantes de su misoginia se siguen repitiendo. En las primeras décadas del siglo XX, a las mujeres que ingresaban a las universidades, les lanzaban piedras y las hostigaban con el escarnio público y con sobrenombres degradantes. Hoy, reciclando las mismas acciones, pero más cobardes aún, usan los medios virtuales para perseguirnos. La virtualidad encubre, con el anonimato y la descorporización, mentes fascistas, empequeñecidas por sus propios complejos de inferioridad. Así lo hicieron con Camila Sandivari, nuestra semejanta, poeta y feminista radical de nuestra colectiva Feministas Lúcidas, y con otras mujeres universitarias, de distintas universidades chilenas, quienes, con valentía y convicción, se posicionan desde el feminismo.
Camila, junto a otras, organizaba un encuentro de mujeres en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. La reacción de los machitos universitarios, arribistas intelectuales, fue clonar la información de su perfil de facebook para subirla a una plataforma podrida que ellos usan y poner sus fotos, intervenidas con falos y semen: ¡qué más representativo de la civilización del Hombre, que ha tenido que levantar el símbolo fálico para disfrazar su envidia e impotencia existencial! Esta civilización, fracasada hace siglos, subsumida en la miseria y la desgracia, basada en la crueldad y el dominio, depredadora de todo lo vivo, no nos interesa nada, se la retornamos para que los devore y envenene. Por eso, no creemos en la igualdad de los sexos, porque es una mentira, un infeliz absurdo. Y las facultades universitarias se basan en esta ideología igualitarista: nos aceptan en sus aulas en tanto neguemos nuestra diferencia sexual, cuya potencia temen y, por eso, la controlan con el ideario de la uniformización de los cuerpos y la inclusión de las diversidades.
No nos interesa ser incluidas, pertenecer ni participar en la cultura falo(go)céntrica, en la cultura del semen, cuya tríada sostenedora es “violación, pornografía y guerra”. ¡Qué tristísima, reducida y miserable forma de proyectar el erotismo! Precisas son, en este momento, las palabras de una grande, Andrea Dworkin (1981):
“Yo sugiero que la transformación del modelo sexual masculino, bajo el cual todas nosotras laboramos y ‘amamos’ comienza donde hay congruencia, no separación, una congruencia entre los sentimientos y los intereses eróticos; que comienza en lo que conocemos sobre la sexualidad de la mujer como distinta a la del hombre -caricias en el clítoris y sensibilidad, orgasmos múltiples, sensibilidad erótica en todo el cuerpo (que no necesita -y no debería- estar localizada o contenida en los genitales), en la ternura, en el respeto propio y en el respeto mutuo absoluto. Para los hombres, sospecho, esta transformación comienza en el lugar al que más le temen -esto es, un pene flácido”.
Escupimos sobre su cultura violatoria, sostenida por el complejo de inferioridad masculino y su envidia inconfesable a nuestros cuerpos sexuados, que tienen la maravillosa capacidad de ser dos (María Milagros Rivera), así como tenemos la maravillosa libertad de elegir si queremos o no ejercer esta potencialidad. Estamos produciendo otra cultura, y sus amedrentamientos no nos detendrán.
Con nuestra lengua materna, heredada de nuestras antecesoras, las brujas, les decimos que:
“Si vuelven por aquí, nuestra maldición los matará; si vuelven por aquí alguna vez, el odio que estamos incubando acabará con ustedes: se les romperán los huesos, la sangre se les pudrirá, la lengua les reventará de pus.
Si vuelven por aquí alguna vez, el agua que beban los envenenará, la comida les gangrenará las entrañas, el aire será fuego en sus pulmones. Rogarán en vano ser liberados del horrible tormento que será su castigo…” (Tomado en préstamo de la película Las Memorias de Antonia).
Feministas Lúcidas, julio de 2017.
Andrea Franulic
Angie Farfán
Mariana Poblete Rodríguez
Verena Castro
Yumbel Góngora
Tania Moraga
Anita Quintana Aedo
Camila Castillo
Constanza Urzúa
Javiera Gonzalez
Claudia Catalina Ahumada
Camila Sandivari
Natalia Amado
Francisca Barrientos
Javiera Sánchez
Jessica Gamboa