Yo le suplico
haga algo
aprenda un paso,
una danza,
algo que la justifique
que le dé el derecho
de estar vestida de su piel, de su pelo.
Aprenda a caminar y a reír
(…)
al fin
que tantas estén muertas
y que usted viva
sin hacer nada de su vida
(Charlotte Delbo, 1970).
Hemos querido escribir sobre el Rumor (1). Claro que no somos las primeras en hacerlo. Las disciplinas patriarcales han realizado teorizaciones sobre el tema (la psicología experimental, la psicología social, el psicoanálisis, la teoría de la comunicación y la sociología). No nos basaremos en ellas. Nuestro interés radica en los textos que hemos podido encontrar en la teoría feminista, debido a que las mujeres somos y hemos sido el principal objeto de rumor en el contexto de una cultura misógina. Eso explica que, incluso en espacios feministas, el rumor aparece como una práctica recurrente para desacreditar a las mujeres pensantes y que se destacan por un trabajo consistente.
Dentro de la teoría feminista, encontramos escritos de Audre Lorde (2003) sobre la Tergiversación que, desde nuestra mirada, es una versión distorsionada y sesgada que el patriarcado hace circular sobre la vida de las mujeres, ¿y qué es el rumor sino una versión distorsionada de alguna realidad? Curiosamente, Margarita Pisano escribe sobre los “Secretos, chantajes y rumores… los prejuicios” (2004). Y alude al concepto en su libro Julia, quiero que seas feliz (2012) y en su Biografía política (2009) que escribe junto con Andrea Franulic Depix, donde describe su propia experiencia como objeto de rumor en el proceso de desmontaje del proyecto de Casa de la Mujer La Morada. Hace muy poco tuvimos la suerte de acceder a un fanzine de unas mujeres anarco-feministas, titulado Coletânea sobre sororidade autocrítica ou sobre violência entre feministas (2013) que se inicia con un epígrafe muy inspirador de la feminista radical Phyllis Chesler y que compartimos a continuación:
“No comience rumores sobre otra mujer. Si usted oye un rumor, no lo haga circular. Deje que se quede con usted. No es ético castigar y sabotear a otra mujer que usted envidia o teme, calumniando sobre ella o colocando a otras mujeres en contra de ella.”
El fanzine contiene artículos de diversas feministas. Leyéndolo, encontramos unos “comentarios de amigas” sobre el texto “Secretos, chantajes y rumores… los prejuicios” de Margarita Pisano, que también aparece publicado en el fanzine. De estos comentarios, desprendemos que una de las características del rumor, más bien, de quienes lo ejercen, es la ausencia, vacío o carencia de una identidad propia. Preferimos dejar de lado el concepto de identidad (por no estar de acuerdo con esta categoría de análisis) y hablaremos de una ausencia de proyecto de vida propio o vacío de contenido de la propia existencia y, por ende, de la necesidad de rellenar ese vacío asumiendo la vida de otra. Desde esta carencia y mediante el rumor, se establecen alianzas en la sombra con quienes también gravitan en el vacío de un sentido de vida y confluyen en el deseo de acceder a una situación de privilegio y de poder, desplazando a quien entorpece dicho propósito, generalmente personas que aportan con un trabajo concreto y de calidad.
El rumor ha sido una práctica patriarcal sistemática como táctica de guerra, con el fin de colonizar territorios, obtener poder, ganar elecciones, conseguir ganancias en la bolsa, heredar bienes, destruir liderazgos, negociar tratados, acceder a información privilegiada, intercambiar mujeres, traficar armas, etc. Es y ha sido utilizado desde las derechas más fascistas hasta las izquierdas más revolucionarias. Las tácticas de guerra se heredan, se aprenden y se sofistican y se naturalizan. El feminismo no ha escapado a ello, principalmente se ha visto intervenido por el patriarcado de izquierda. Patético resulta -por nuestra falta de historia y genealogía, por los costos que tiene articular un trabajo autónomo y por la ardua tarea de autorizarnos entre mujeres- que el rumor perpetúe la misoginia y desarme la creación de las mujeres. Este costo para nosotras es profundo, nos deja vagando en la nada.
Celia Amorós (1987), pese a ser una feminista de la igualdad, desarrolla acertadamente el concepto de las Idénticas para referirse a la relación entre las mujeres en la cultura patriarcal. Plantea que todas las mujeres cumplimos la misma función social dentro de la jaula del patriarcado, es decir, las funciones propias de la feminidad, y en este sentido, las mujeres somos reemplazables unas por otras y, lo que es peor, somos desechables. Cuando una mujer se sale del papel de ser una Idéntica y rompe con los designios de la feminidad patriarcal, sobresaliendo, genera misoginia, envidias y miedos en las demás; se transforma en una amenaza para el grupo. A las mujeres no se les perdona tan fácilmente ejercer la capacidad de pensar, tampoco se les perdona hablar y escribir con inteligencia; no se les perdona nada que las libre del silencioso repetir, una y otra vez, un destino no creativo.
El rumor ha invadido históricamente la vida de las mujeres. Tenemos ejemplos de persecuciones sembradas por el rumor. Solo por nombrar un hecho muy emblemático, recordemos la matanza de las denominadas brujas, llevada a cabo entre los siglos XIV-XVII en la Europa occidental y central. Bastaba con hacer correr el rumor de que esta o aquella tenían pactos con el diablo para que fuesen acusadas de brujas, torturadas, ahorcadas o quemadas vivas en la hoguera de la plaza pública. Las brujas fueron utilizadas como chivos expiatorios por los hombres. Además de todas las usurpaciones que conocemos.
Haciendo la analogía, podemos decir que la víctima del rumor funciona como un chivo expiatorio, lo decimos en un sentido literal y metafórico. La situación de debilidad, vulnerabilidad y sobre-exposición que afecta a la víctima es utilizada con el objetivo de expiar en ella los propios nudos no asumidos, de manera catártica. Así como para justificar la falta de autocrítica, las propias equivocaciones, las carencias y las inseguridades de todo tipo. Esto se relaciona con lo dicho en párrafos anteriores: el rumor sirve de vehículo para tapar los propios vacíos. Las mujeres, adoctrinadas en la moral y las buenas costumbres, castigan al chivo expiatorio para proyectar en él sus propias dependencias: al amor, al alcohol, a la droga, a la cocaína, a los hombres o a sus instituciones. Y así, se sienten puras y sabias.
Identificamos dos roles en la práctica de la circulación de los rumores. El primero se sustenta y opera desde el lugar del Poder. En este caso, la persona posee una inseguridad encubierta que la perturba y su móvil es defenderse del miedo que le genera la pérdida de ese poder, del prestigio y los privilegios. El segundo, el más descrito hasta ahora, es aquel que funciona desde la Mediocridad. Este rol puede resultar más peligroso, pues aquí “el fin justifica los medios” con el afán de concretar intereses aspiracionales que pueden ser de diversa índole: desde intereses económicos hasta de tipo psicológico como el querer “ser alguien”. Este rol nos recuerda, nos evoca, tiene un parecido a lo que la filósofa Hannah Arendt (2003) llama la Banalidad del Mal. Porque, según ella, los crímenes cometidos contra la humanidad, las torturas y genocidios, son ejecutados por seres mediocres, no pensantes, que solo siguen órdenes y reglas mecánicamente, obedeciendo… milicos de derecha y de izquierda.
Albert Camus en su libro El hombre rebelde (2005) establece la diferencia entre el resentido y el rebelde. El primero tiene un ansia voraz por “pertenecer a” y “ser” aquello que critica. En tanto el rebelde quiere crear. Quien ejerce rumor, sobre todo desde el rol de la mediocridad, desea compulsivamente pertenecer y busca las complicidades necesarias para cumplir esta meta. En otras palabras, el rumor es una práctica arribista. Por ende, se actúa desde el resentimiento, la condescendencia y la zalamería… jamás desde la rebeldía. Como contrapunto, a quien es víctima del rumor se le hace el vacío, se la deja de hablar, atrapándola en una espesa niebla, rodeada de un halo invisible de desconfianzas, marcada por el estigma que la encasilla y la achata, absorbiéndole las fuerzas pensantes y creativas. Mientras, el resto realiza un pacto sectario de silencio.
Quien padece el rumor sufre un tipo específico de maltrato: el aislamiento, la incomunicación, el sentimiento de culpabilidad, la amenaza del chantaje y la paranoica y confusa vivencia de no saber cómo, cuándo, por qué, qué y quiénes. Sufre una alteración en el uso del lenguaje, pues teme usar las palabras, que son el principal puente de comunicación entre las mujeres y los hombres. Como escribimos por ahí: “La palabra ‘rumor’ viene de ‘ruido’ que, a su vez, viene del latín ‘rugitus’ (rugido). Esto, según el diccionario etimológico de Corominas (2000). Si interpretamos un poco y sin complejos con la obviedad, diríamos que ‘hacer ruido’ o ‘rugir’ son contrarios a hablar, a usar las palabras. Si interpretamos un poco más, usar las palabras para entendernos nos hace humanas, nos hace sentir bien cuando encontramos puentes de profunda conexión. El rumor deshumaniza.”
Ahora bien, cuando se recibe un rumor, hay elecciones: nos hacemos cómplices en la circulación de este y colaboramos en dejar en el vacío a la persona en cuestión, o bien, ponemos los límites a la versión. Por tanto, el recibir un rumor no es un acto pasivo. Quien elige no enganchar ni prestar oídos al rumor, lo detiene y puede, inteligentemente, preguntarse sobre las otras versiones de la misma realidad entre dicha. Pues la neutralidad en el lenguaje no existe, menos todavía si se trata de una mujer. Por eso es justa la posibilidad de poner en duda las versiones y las fuentes: mínimo ejercicio que se realiza con la prensa hegemónica, por ejemplo. Si esta versión proviene de quien detenta un poder o es considerada una mujer legítima, es más difícil desmentirla. Y en este caso, la versión del rumor toma las características de una Historia oficial. No está demás recordar que, en el patriarcado, la historiografía ha elaborado una versión oficial del mundo con todos sus sesgos e invisibilizaciones, ahí pues las mujeres hemos estado ausentes (Carla Lonzi).
Podemos identificar algunos tópicos del rumor que se condicen con los tópicos de la Historia oficial. En primer lugar, la Mitigación y la Exageración. La mitigación consiste en ocultar, disminuir, ablandar o bajarles el perfil o, incluso, bromear sobre las propias equivocaciones; puede ir acompañada de un cierto grado de autocompasión. La exageración, en cambio, se utiliza contra la otra persona; se exageran los errores de la otra persona. Algunas veces la exageración va acompañada de mitomanía y megalomanía. El “exageracionismo” es un recurso del rumor.
Un segundo tópico fundamental es la Descontextualización, donde la información que circula es una información descarnada, es decir, extirpada de su contexto original, vital, que contenía mujeres con cuerpos y miradas, entre quienes existía intimidad y confianza y un recorrido propio y auténtico de la relación particular. Así como existían momentos, lugares y circunstancias específicos; sentidos y propósitos, angustias y alegrías. La información es extraída del contexto y de la experiencia que le dio vida y se utiliza con fines instrumentales. La descontextualización, como recurso o tópico del rumor, usa falsos testigos, esto es, mujeres que, revestidas de un empoderamiento prestado, se atribuyen o auto-conceden el beneplácito del juicio sancionador, fundado en la más profunda ignorancia de la historia cuestionada.
Como toda Historia oficial, la falta de honestidad desde donde circula la versión, la tergi-versión de la realidad, se disfraza de discursos salvadores, buenos y mesiánicos, incluso basados en el amor. En otros casos, se disfrazan de humor. Sin embargo, esconden las inseguridades, los despechos, los posicionamientos y las acomodaciones más oscuros. Esta táctica perturba y confunde las verdaderas y reales fuentes de la dominación, es decir, de quién es realmente la mujer violenta (Denise Thompson, 2003).
Otros tópicos reconocibles son Frases Hechas que sirven para finalizar el relato del rumor, tal vez como parte de la superestructura del Rumor si lo identificamos como un género discursivo en sí mismo. Estas frases son: “no lo comentes por ahí”, “de aquí no sale”, “te pido prudencia”, “te lo cuento porque yo lo viví”, “te lo cuento a ti porque en ti confío”, etc. En esta misma línea, contamos con refranes o dichos populares, además de frases hechas, impregnados del imaginario patriarcal, regados de lugares comunes (prejuicios), que se usan para sembrar el miedo. Para nuestro específico tema del rumor, es decir, usadas estas expresiones con estos fines, se nos vienen a la mente las inquisidoras y compungidas sentencias que dicen “cuando el río suena es porque piedras trae”, “por algo le pasó”, “no hagas lo que no quieres que te hagan a ti”, “todo se paga en esta vida”, “todo cae por su propio peso”.
De perogrullo está decir que las famosas y neoliberales “redes sociales” son terreno fértil para difundir el rumor: la vitrinización y el inmediatismo del facebook, del chat, de los correos electrónicos, etc. Estos sistemas son facilitadores para la vertiginosa circulación de los rumores y para el amenazador chantaje, porque en general les sirven a las mujeres que, des-corporizadas, se esconden y protegen tras el medio tecnológico, a veces tras su anónimo e impersonal uso.
La misoginia puede ser una pesada realidad para todas. La necesidad de reflexionar y practicar el affidamento debe ser más profunda y comprometida. Es fundamental que la mediación de una mujer signifique una entrada hacia los sólidos puentes hechos de palabras, esos que sostienen la confianza y el entendimiento.
(1) texto escrito en colaboración con Jessica Gamboa Valdés
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