El proyecto político del imperio y sus representantes locales fue y continua siendo que olvidemos que somos pueblo y nos transformemos en “gente” que no tiene historia válida, ni territorio, ni derecho a decidir dignamente su futuro. Así, la verborrea metafórica concertraidora instalada en los medios de comunicación apunta al olvido: que olvidemos donde estamos, quienes somos, cómo vivimos, hacia donde queremos ir y, sobre todo, que olvidemos lo real y posible de los momentos más coherentes y éticos de nuestra historia.
Para mantenernos bajo control, la concertraición ofrenda a la “gente” cultura-basura, comida-basura, discursos-basura, política-basura. Hacia donde una mire encuentra publicidad simulada como información; ruidos instalados como sonidos; paternalismo asistencialista publicitado como solidaridad; pobreza y abandono social llamados eufemísticamente “situación de calle, riesgo, vulnerabilidad, etc.”; fanatismos de todo tipo vendidos como libertades y derechos; violencia y denigraciones hacia la mujer disfrazadas de igualdad; abusos mercantiles vendidos como de libre competencia; privatizaciones y pérdida de derechos laborales como “externalizaciones”; robos descarados señalados como mala gestión. Una de las innovaciones del último gobierno ha sido realizar campañas que pretenden mostrar al aparato militar como inocentes y heroicos soldaditos de plomo. Como entre la derecha y la concertraición tienen el control hegemónico de todo el aparataje propagandístico público y privado, desde allí machacan y machacan.
Para reponerme de la parafernalia heroicista por la que les ha dado este último tiempo, he estado buscando reposo en la poesía, en las canciones, en las palabras callejeras y encontré un poema del poeta peruano Cesar Vallejo del cual transcribo un verso.
Me da miedo ese chorro,
buen recuerdo, señor fuerte, implacable
cruel dulzor. Me da miedo.
esta casa me da entero bien, entero
lugar para este no saber dónde estar.
Y en un porfiado hábito comunicativo quiero compartir algo de este no saber dónde estar.
La sorprendente frase “los queremos en casa”, dicha por el ministro de defensa José Goñi, pareciera intencionada emocionalmente como “los queremos vivos”. Algo estridente, extemporáneo y extraño hay en el querer suplantar el desgarrador grito que ha cruzado Chile de cordillera a mar y de un siglo a otro, ya que el general Bernales y acompañantes a los que se refería Goñi no fueron arrojados al vacío por cobardes uniformados luego de haberles abierto el vientre a bayonetazos… Estos muertos fueron simplemente víctimas de un banal accidente aéreo protagonizado por uniformados que andaban con sus esposas en comisión de servicio (ellos).
José Goñi tiene la virtud de haber pasado de la extrema izquierda a Ministro de las mismas Fuerzas Armadas, que asesinaron a tantas y tantos de sus compañeras y compañeros, sin que se le note. Pepe, que así le decíamos en Concepción, fue dirigente universitario del Mir histórico de Concepción en los años 60/70, del Mir de Miguel, de Bauchi, de Luciano. En la época el ministro usaba “montgomery”, no ese abrigo que usa ahora en algunas ocasiones, con cuello de terciopelo, parecido a los que llevaban los oficiales nazis. Quizás por eso no se le notaba. Así como cambió el look, el ministro transitó de llorar a sus compañeras y compañeros asesinados a llorar a un policía que hizo su carrera en la dictadura y que fue un activo ejecutor de la política de criminalización del movimiento mapuche y de la ocupación militar en las comunidades consideradas conflictivas; políticas impulsadas por el gobierno de Ricardo Lagos y seguidas alegremente por la Sra Bachelet. También este general Bernales, experto en campañas publicitarias “antisubversivas”, persiguió a los okupas a los que acusó de tener “abundante literatura subversiva”, “poseer elementos sospechosos”, “ser anárquicos”, “derivar de una corriente con influencias europeas” lo cual los hizo acreedores de allanamientos, malos tratos y detenciones. Y los casos podrían seguir.
La frase de José Goñi me llevó a algunas amigas y amigos del Mir que no están. A Marcelo Salinas, con su guitarra cantando “eres alta y delgada, como tu madre, morena…” y a su compañera, Jacqueline Drouillet, embarazada al momento de ser asesinada. Como los hubiéramos querido “en casa”, en Temuco, en esa casa donde estaban las ardillas del papá de Jacqueline. Secuestrados y hechos desaparecer, quizás se encuentren en el mar o cerca de un río donde los acuna el sonar de las piedras. Otros compañeros del actual ministro de defensa, como Edgardo Enriquez, hermano de Miguel, estarán en las cumbres cordilleranas acompañados por cóndores y águilas, esas que no asesinan, porque el asesinar es cosa de algunos humanos.
El pasado mes de abril en un viaje al sur junto a unas amigas fuimos al Cementerio de Valdivia para visitar la tumba de Fernando Kraus, asesinado por la dictadura. Allí también el olvido personal y político simbolizan la complicidad para invisibilizar el proyecto político revolucionario del Mir y borrar los gestos políticos más conmovedores, generosos y coherentes que ha tenido la historia de nuestro país.
Llegamos a mediodía y como la oficina estaba cerrada preguntamos en la administración por los asesinados de Neltume, nadie sabía nada. Luego de mucho buscar alguna señal y esperar que abrieran para mirar en los libros de registro, un señor muy atento nos informó que varios de los miristas que “están en casa” se “perdieron” en las profundidades de la tierra mortuoria y nuevos muertos ocupan su lugar. Entre los desaparecidos se encuentra el estudiante de filosofía y músico de la orquesta de Cámara de la Universidad Austral, José René Barrientos Warner, asesinado a los 29 años junto a los otros compañeros del Mir entre el 3 y 4 de octubre de 1973. El clamor “los queremos en casa”, no lo alcanzó.
S. Lidid. Julio de 2008