Las chilenas de este fin de siglo y de milenio, crecimos y/o nacimos con el legado que nos dejó la lucha de mujeres como Elena Caffarena y Olga Poblete: el derecho a voto.
En lo personal y político pertenezco a la generación de mujeres que gracias a la Kate Millet se enteró de una vez y para siempre que la construcción de mujer era el género femenino y que siempre significa subordinación de las mujeres al poder constituido, aunque engalanen el escenario con reflejos hollywoodenses e instalen mujeres travestidas en payasos de circo pobre que balbucean los mandamientos del imperio.
Tengo el privilegio de pertenecer a la generación de mujeres que -aunque con inseguridades e indecisiones- fue incorporando estos saberes a su vida cotidiana y que hoy mira con asombro y desapego ciertos aspectos de su pasado; tengo la desgracia de pertenecer a la generación de mujeres que le tocó atravesar la mitad del siglo 20 con ateos que no eran y democracia que no es.
Me declaro de la generación de mujeres que sí es y que hoy saca fuerzas de sus orígenes para resistir la parafernalia imperial que con sus religiones varias, sagradas familias, verdades únicas, guerras santas, preciosos/as ridículas y otros aderezos fascistas, consagra su estúpido e histérico espectáculo.
Un guiño a las compañeras, con ceja levantada y mirando de reojo los fuegos imperiales.
Sandra Lidid
Siglo XXI
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