Una breve introducción al pensamiento de la diferencia sexual

Introducción al pensamiento de la diferencia sexual (1)

El pensamiento de la diferencia sexual nace, si se puede decir así, en paralelo al contexto político feminista de los Estados Unidos, a fines de los años sesenta y principios de los setenta, que declara “Lo personal es político”. En tanto, la teoría y la política de la diferencia sexual se torna relevante principalmente en Europa (Francia e Italia), cuya perspectiva de análisis pone su acento en el cuerpo como realidad sexuada y significante, planteando una salida radical de re/significación de la experiencia femenina, especialmente para sacar a la luz la diferencia femenina por fuera de las codificaciones masculinas del orden social vigente, es decir, del Régimen del Uno (Muraro) o Pensamiento Único (Irigaray). 

La potencialidad de esta perspectiva se fundamenta, justamente, en que cada mujer pueda significar su diferencia sexuada por fuera del pensamiento de los cánones del pensamiento androcéntrico para llevar a cabo un proceso de des/culturización (Carla Lonzi), de esa forma, vivir con independencia simbólica del orden falogocéntrico (Luce Irigaray). Esta independencia simbólica implica el reconocer en primer lugar, a la madre como la creadora de la vida y de la palabra, puesto que de ella, recibimos el cuerpo y la lengua materna. En este sentido, la restitución de la relación madre/hija, piedra angular en el pensamiento de la diferencia sexual (Irigaray, Muraro, Diótima) resulta esencial para la restitución de una genealogía femenina con valor social en la cultura y en la vida de cada criatura nacida.

Estas ideas fundamentales del pensamiento de la diferencia sexual han sido foco de críticas por basarse en un supuesto “esencialismo o determinismo biológico”, sobre todo, desde las políticas de la identidad que expanden la negación patriarcal sobre el origen femenino de la vida, es decir, que es una mujer la que viene antes siempre (Irigaray; Sor Juana Inés), y que el cuerpo es su obra, así como la palabra su don (Muraro).

En mi experiencia el pensamiento de la diferencia sexual me ha proporcionado una mirada otra a la Existencia Lesbiana (Rich), cuya radicalidad está precisamente en que es un amor -entre mujeres- como parte de un Continuum Lésbico de raíz profundamente femenina, porque evoca la relación primera con la madre -Otra Mujer- el primero amor de la vida. 

Este verdad dicha en lengua materna despeja bastante las confusiones que provocan las proliferantes políticas identitarias que reniegan del cuerpo sexuado, reduciendo la diferencia sexual a un “sentimiento”, dando vida propia a los clásicos estereotipos de género.  Estas intervenciones ideológicas dentro del feminismo no solo confunden, sino que pueden llegar a ser tan alienantes para una mujer lesbiana, al igual que el reiterado discurso de la miseria femenina que las nuevas generaciones pueden llegar a ver en la categoría de las disidencias sexuales, proyecto político liberador de la opresión sexual. Dice Andrea Franulic (2), “el lesbianismo se ha ido separando, paulatinamente, de la experiencia femenina”. Por tanto, la experiencia lesbiana o de amor entre mujeres, no solo necesita de feminismo, también necesita una conciencia de la diferencia sexual femenina.

La tergiversación del pensamiento de la diferencia sexual alberga este y otros prejuicios tan nefastos para la política feminista que, en vez de nutrir los debates y reflexiones necesarios entre los grupos y espacios de mujeres, terminan contribuyendo al vaciamiento genealógico y político, al igual que el mismísimo patriarcado, invisibilizando y menospreciando la teorización política que proviene desde las propias mujeres y sus experiencias sexuadas. Algo bastante similar ocurre desde las militancias partidistas, en general mixtas, también incluyo colectivos anarquistas y universitarios, aunque, en el último tiempo, se han permitido el separatismo, sin embargo, siguen observando con sospecha la práctica del pequeño grupo. Por ejemplo, cuando las mujeres decidimos hacer una separación política para relacionarnos solo con mujeres y hacer conversaciones y lecturas. O, cuando decimos que hemos descubierto por nosotras mismas la verdad -la autoconciencia- desde las genuinas y necesarias palabras que cada mujer y sus vivencias descubre. No obstante, lo importante de esta práctica es dejar fuera el juicio ajeno, cuyas palabras y teorizaciones dicen lo que somos, cuáles son nuestros problemas y cómo nos podemos liberar, acrecentando la ignorancia sobre nuestras propias vidas y experiencias como mujeres. 

Estas equívocas y sesgadas conjeturas han acarreado costos importantes para el pensamiento y la práctica política feminista, al igual que para la relación entre mujeres, tal como ocurrió (y sigue ocurriendo) en las experiencias de los grupos de mujeres, sean militantes, separatistas o lesbianos. Sabemos cómo varias han padecido la Hostilidad Horizontal (3), al ser rotuladas de autoritarismo, lanzadas al ostracismo y la difamación, incluso, algunas han relatado cómo estos episodios vivenciados en los espacios feministas llegaron a provocar serios problemas de salud mental.  Sin embargo, un análisis basado “en el poder o jerarquías” entre mujeres, no nos llevará a reflexiones o salidas positivas. Considero que desde el pensamiento de la diferencia sexual es posible comprender que los conflictos entre mujeres son relacionales y por tanto, evocan aquella ruptura original con la madre, relación que desde un constructo patriarcal se confunde también con autoritarismo.

Acá voy a mencionar uno de los conceptos más valiosos que nos aporta este pensamiento, la autoridad – de augere- hacer crecer, aumentar, crear, poner en movimiento una cualidad o capacidad. Cuando la autoridad no está presente, significa que no es reconocida en las relaciones entre mujeres, por ende, la mediación se trunca y se transforma en algo negativo, en competencia, envidias o sentimientos de inferioridad/superioridad, desencadenando experiencias destructivas y dolorosas.

El pensamiento de la diferencia sexual no goza (ni ha gozado) de popularidad en el feminismo, menos ahora, abrazado por la diversidad de géneros y la transexualidad que insiste en desvirtuar la sexuación del cuerpo e ilusoriamente negarla como un hecho concreto de la vida que es nacer sexuadas mujeres y hombres (hembras o machos) y, peor aún, desconocer que nacemos de una mujer, de un cuerpo sexuado femenino cuya capacidad de ser dos es irreemplazable. Es la gran obra civilizatoria que, pese al incesante silenciamiento patriarcal, tanto cuerpo y palabra resultan ser inalterables. Por ello, es tan relevante restablecer un orden simbólico de la madre que conduzca a una resignificación de nuestro ser mujer, para que deje de ser una experiencia tan alienante a causa de vivir en el desorden social y simbólico patriarcal.

En este texto abordaré, de modo general, algunas elaboraciones o definiciones nacidas de la relación entre mujeres, las cuales, han dado cuerpo y alma al pensamiento de la diferencia sexual (4). Son las palabras, a mi modo de ver, acertadas para nombrar la propia experiencia e iniciar una aproximación hacia un nuevo orden de mediaciones entre las mujeres.

Estas palabras me han dado sentido, porque se logran sentir -como dice María-Milagros Rivera Garretas, te transforman- también se piensan y quedan dando vueltas para dar cabida a otra forma de relación e intercambio con el mundo. Me ha resultado vital ponerlas en conversación con mis semejantas para hacerlas circular, de modo que vamos desaprendiendo las concepciones de intercambio masculino (o del régimen del Uno), que como ya sabemos, son competitivas porque están mediadas por el poder del saber y por las falsas dicotomías del pensamiento androcéntrico que nos generan bastante desorden e inadecuación.

Este breve texto trata mucho de acercarnos al Orden Simbólico de la Madre (Luisa Muraro) para hacer que las palabras nos inviten a hablar a partir de sí -en primera persona- sin temer a decir y decirse, porque no se trata de acumulación conocimiento, sino de nosotras.

 

La diferencia sexual y el sentido libre de ser mujer

Antes de comenzar, es fundamental aclarar una confusión provocada al colocar en oposición al feminismo de la igualdad con el feminismo de la diferencia, distinción tergiversada de la práctica política de la diferencia sexual. La práctica política de la diferencia sexual no se refleja en la lucha feminista que intenta una “… equiparación al modo en que los hombres han construido el mundo … lo contrario a igualdad es desigualdad y no diferencia”, nos aclara María-Milagros Rivera Garretas. Esto explicaría la formulación dicotómica e inexistente entre estas dos corrientes o perspectivas teóricas. Tampoco la diferencia sexual alude a una diversidad de géneros, o bien, a las desigualdades o desventajas sociales que tenemos en relación con los hombres. Diferencia sexual significa en palabras de Lía Cigarini “… la asimetría femenina en el orden falocéntrico. Y, por tanto, la asimetría femenina con respecto a las formas de la política que de ese orden se desprenden”.

La diferencia sexual no significa marcar una diferencia de contenido entre hombres y mujeres, sino, más bien, es el sentido y el significado propio de ser mujer. La diferencia, por tanto, es del orden simbólico. “Porque no existe nada en el orden simbólico (masculino) que nos indique cómo relacionarnos libremente con nosotras mismas, otras mujeres y con el resto del mundo”. María- Milagros Rivera Garretas

Desde el pensamiento de la diferencia sexual es posible comprender que para nosotras, las mujeres, en las sociedades patriarcales es mucho más difícil encontrar nuestro sentido libre de ser mujer si no reconocemos, justamente, en esa diferencia nuestra verdadera fuente de significados, pues, si seguimos atrapadas o enganchadas (consciente o inconscientemente) en el desorden social creado por los hombres, nuestra experiencia-en y con el mundo- seguirá siendo alienante e intervenida siempre desde un afuera, es decir, por el juicio que los hombres y sus codificaciones hacen de nuestras vidas y experiencias como mujeres.

Este desorden patriarcal ha reducido la diferencia sexual femenina, y toda su potencialidad creadora y creativa, a un estereotipo o caricatura de lo femenino, incluida la institucionalización de la maternidad a través de la heterosexualidad obligatoria –con la imposición del coito como modelo sexual, cuya colonización física y psíquica son el resultado del contrato sexual. Al mismo tiempo se silencia y castiga la existencia lesbiana, siendo esta última experiencia de amor entre mujeres la más perseguida y denigrada, hasta no hace mucho, catalogada como una patología o desviación sexual, pues desestabiliza profundamente la política sexual masculina. Por ello, también se explican los esfuerzos sistemáticos por mantener cautivas a las mujeres a un rol social que no encuentra correspondencia en el sentir de cada una. Esta experiencia de inadecuación, Carla Lonzi la ubicará en la mujer clitórica,  mujer que se rehúsa a ser -o seguir siendo- embaucada por la cultura masculina, y requiere -ser de una vez y para siempre- Auténticas, ahí está nuestro sentido libre de ser mujeres, más allá de las imposiciones patriarcales, porque elegimos libremente desde lo que deseamos para nosotras mismas, con independencia simbólica de los hombres en todos los aspectos de nuestras vidas (sexual, intelectual, emocional, etc.).

El pensamiento de la diferencia sexual, como dije anteriormente, no entra en el negocio del conocimiento con fines instrumentales, no se acumula y capitaliza para obtener un “poder feminista o un empoderamiento social”, todo lo contrario, es la apertura a lo otro, cuya alteridad radical significa reconocerse mujer. De ahí que se tache de un “esencialismo” o “determinismo biológico”, dado que es la única perspectiva que coloca a las mujeres como experiencia sexuada (en positivo) en el centro de su pensamiento y no en referencia a las definiciones (negativas) que los hombres (y algunos feminismos) han y siguen haciendo de nosotras “a causa de nuestro sexo mujer”. En este sentido, el pensamiento de la diferencia sexual se presenta como un conflicto para “el/los feminismos” que, a estas alturas, no saben leerse por fuera del desorden simbólico patriarcal y la política masculina con poder.

“… La diferencia sexual pretende entender a las mujeres en relación con su origen -difícil para el patriarcado que solo entiende el diálogo con hombres”. María-Milagros Rivera Garretas

Lía Cigarini considera que, en el orden de las mediaciones asignadas por el patriarcado, nos puede arrastrar hacia una vida de normalidad delirante donde se corre el riesgo, incluso, de perder todo contacto con la realidad, aunque rechazar aquellas mediaciones dadas: esposa, madre o la igualdad con el hombre no es suficiente como propuesta de liberación y no libertad. Lo indispensable es inventar otras mediaciones: entre mí y el mundo otra mujer, entre mí y otra mujer el mundo; como bien dice María-Milagros Rivera Garretas “…que el ser mujer se haga significante y significativo en el mundo, no solo en la intimidad o en el entre mujeres, que se haga pensamiento pensante”.

¿Cómo podemos emprender esta nueva forma de mediación? Como dicen las pensadoras de la diferencia sexual, integrando a nuestras vidas y relaciones con el mundo una mediación femenina que significa pasar del desorden masculino al orden simbólico de la madre.

 

El orden simbólico de la madre

Pensar la realidad sexuada en femenino no significa cambiar por completo el uso gramatical del lenguaje y colocar a todo la A. Estas intervenciones pueden resultar interesantes a nivel socio simbólico, feminizando lo que sea necesario para dar visibilidad a nuestra diferencia sexual, ya sea en el habla o en la lengua, sin embargo, precisa de una palanca- la autoridad de la madre -(Lía Cigarini) y, que Luisa Muraro llama el orden simbólico de la madre. Este orden simbólico tiene como base la relación de la hija con su madre, relación sistemáticamente negada a las mujeres en las sociedades patriarcales (Luce Irigaray) donde el padre se presenta como el verdadero autor de la vida, interviniendo los lazos originarios entre mujeres. Luisa Muraro nos plantea la necesaria toma de conciencia de esta mediación -aunque seamos mujeres adultas- por más conflictiva e imposible que se presente esta experiencia, consiste, precisamente, en reconocer y saber amar a la madre concreta de carne y hueso. Este reconocimiento constituye la práctica política de las mujeres que -no es de orden moral- es un reconocimiento de orden simbólico.

El orden simbólico de la madre se sitúa por fuera de las oposiciones binarias, en tanto permite nombrar como necesaria la relación con el origen: “Dar a luz cuerpo y palabra”, que es dar vida y enseñar a hablar, en efecto, lo que une la relación con la madre y la configuración del orden simbólico es la palabra, el “don de la madre” es enseñarnos a hablar. Es la transmisión del lenguaje en los primeros años de vida, sin embargo, esta palabra es sustituida por la del padre una vez que ingresamos a la institución escolar, más aún, si hemos asistido a la universidad.

“(…) La lengua materna es del orden simbólico. Es la visión del mundo que tu madre te transmite cuando te enseña a hablar, que sobre todo consiste en mostrarte viviéndolo una coincidencia entre las palabras y las cosas. La lengua materna es la lengua con la que aprendes el mundo. Aprendes a hablar y aprendes la comunicación. Es la lengua que te da el sentido de la realidad”. María- Milagros Rivera Garretas

 

La madre simbólica

Lía Cigarini en relación con el planteamiento de Luisa Muraro, sobre la madre real, considera la existencia de una complejidad: si bien reconoce a la madre como el origen de la relación entre mujeres, al mismo tiempo, atisba esta figura como “el fantasma recurrente de su fracaso en potencia” debido a la relación opresiva que muchas mujeres han (y hemos) vivido con nuestras madres reales. En vista de esta dificultad, propone la figura de la madre simbólica que será la figura de libertad situada en la genealogía femenina. Esta figura simbólica no se encarna en ninguna mujer porque, la única autoridad femenina de carne y hueso reconocida es la madre que te ha traído al mundo. La madre simbólica no debe concebirse tampoco como una figura estática de la obediencia y admiración, menos de la dependencia, e insiste que “a las mujeres no nos hace bien ni tampoco nos sirve establecer relaciones jerarquizadas de poder ni afectivas de captación”.

La madre simbólica, al ser una figura simbólica de autoridad, permite a todas las mujeres realizar o llevar a cabo libremente su deseo a través de relaciones de intercambio con otras mujeres que reconozco y doy autoridad, de no ser así, las relaciones se tornan instrumentales. En palabras de Lía Cigarini: “La madre simbólica es la autorización para ir libres al mundo, significa lenguaje más que cuerpo. En esta relación se aprende hablar”.

 

La autoridad femenina

La autoridad femenina no replica la autoridad tradicional patriarcal, nos deja muy en claro María-Milagros Rivera Garretas, porque la autoridad femenina no tiene ni busca el poder social dentro de este desorden. La diferencia femenina no puede (ni podría) medirse con la masculina. Significa que vivir la experiencia en un cuerpo sexuado mujer no es reducible ni comparable o asimilable a la del hombre. Para Lía Cigarini la autoridad femenina se va construyendo de relaciones significativas en la medida que una mujer usa una mediación femenina para relacionarse con el mundo, creando sociedad y autoridad femeninas. En consecuencia, hay autoridad femenina cada vez que una mujer recurre a otra mujer para realizar su deseo. En cambio, la autoridad femenina retrocede “donde una mujer deja de referirse a la otra mujer o incluso, permite que los hombres descalabren y desgarren estas relaciones”. 

“La autoridad femenina consiste en reconocer a otra u otras mujeres como medida del mundo, como mediadora de lo real. La autoridad femenina contribuye a paliar la “insaciabilidad” de las mujeres en un mundo masculino. Esa sensación de cuando no hay hombres presentes, esa mediación con el mundo que no permite estar del todo satisfechas o seguras”. María- Milagros Rivera Garretas

 

La política de las mujeres

Las autoras que dan fundamento a este texto comprenden la práctica política como la creación de saber de las mujeres y no de saber sobre las mujeres.  Por consiguiente, hacer política entre mujeres implica desprenderse y separarse del desorden simbólico patriarcal, es decir, de sus códigos culturales de mediación -entre yo y el mundo- para establecer un orden simbólico femenino, es la única forma posible tener relaciones libres entre mujeres (Luisa Muraro).

Partir de sí, es la base de la práctica política de las mujeres, donde la palabra se hace protagonista. Se habla a partir de sí incluyendo las contradicciones vividas en primera persona para un intercambio que es la mediación: Entre sí y sí, entre sí y la realidad (Luisa Muraro).

“El partir de sí, es el partir de lo que cada una tiene en su estar en el mundo, que es la experiencia personal del cuerpo sexuado mujer”. María- Milagros Rivera Garretas.

Otro concepto acuñado por Lía Cigarini, para la práctica política de las mujeres, es el Affidamento, intrínseco a la autoridad femenina, dice, porque es relacional. Vínculo preferencial de una mujer hacia una semejanta para enfrentarse con la realidad dada. El affidamento establece la mediación sexuada, al mismo tiempo que activa la fuente femenina de autoridad social.

El affidamento es una relación política entre mujeres. Desplazamiento de energía que depositábamos en los hombres, ahora dirigido a las mujeres. Affidarse es la confianza y reconocimiento de otra mujer para hacer circular autoridad femenina, vínculo auténtico que hace crecer (augere).

Las relaciones de affidamento son relaciones de intercambio –o figuras de intercambio- entre mujeres, saber reconocer de otra mujer un más de saber y en disparidad (no jerarquía). Este intercambio resulta esencial para la realización del deseo propio si sabes reconocer y dar autoridad, que es del orden simbólico de la madre (Lía Cigarini).

Esto significa que la práctica política de las mujeres:

“Nos ha hecho entender que el proceso de legitimación del deseo sexual femenino en el escenario social no tiene lugar sin una autorización simbólica de origen femenino. Sin esta, una mujer corre el riesgo de quedar siempre desgarrada entre sus pretensiones desmedidas y la vergüenza de manifestarlas o el sentimiento de culpabilidad”. Lía Cigarini

La disparidad, trata de la diferencia cualitativa entre las mujeres, es el más de una, otra u otras. La práctica de la disparidad se requiere para la realización del deseo femenino. Es el reconocimiento del más que tiene otra mujer, que yo no tengo, pero, necesito para sacar afuera mi deseo, desarrollarlo o cumplirlo, no es instrumental, es de reciprocidad. ¿Cómo hacerlo?, haciendo circular la autoridad, con reconocimiento público y no solo en la intimidad de la relación. 

Dentro del feminismo la tendencia es hacia la horizontalidad en la práctica política- uniformidad- dejando fuera la disparidad o, no permitiendo la libre circulación de autoridad o reconocimiento del más femenino. De ahí nuevamente los conflictos en las relaciones entre mujeres al ser interpretados y mediados por la lógica masculina del poder que, donde hay disparidad, ve desigualdad o jerarquía.

 

Breves comentarios

Todos estos conceptos o figuras que fui tratando de hilar y exponer han sido desarrollados, descubiertos y creados por las distintas mujeres que he leído: Luisa Muraro, Lía Cigarini y María-Milagros Rivera Garretas. Estas autoras, a su vez, reconocen que sus trabajos han sido posibles, porque distintas mujeres, con las que han discutido estos temas, les han dado autoridad a estas palabras. Yo, he tomado estas palabras y lecturas. Me sumerjo en la aventura (5) para hablar a partir de mí e invito a la aventura, a lo que está por venir y por llegar. Bienvenidas las nuevas formas para leernos e interpretarnos como mujeres y mujeres lesbianas. 

La propuesta de retornar a la lengua materna puede sanar las heridas. Yo, he podido. Con el paso del tiempo una va sintiendo y pensando a la vez, logra hacer nexos con el orden simbólico de la madre que nos fue arrebatado. Ahora que lo sé, entiendo tantas cosas, de mí, de ella, de mis relaciones con otras mujeres. Aprendiendo amar a mi madre de carne y hueso, también he aprendido amarme a mí misma. Y puedo sentir en mi vida la libertad femenina, porque he vuelto a fiarme en otra mujer, tal como lo hice de niña. Entendimiento del alma que nunca te lo dará algún derecho, un grado académico o una cuota de poder.

*Este texto fue escrito en un proceso de duelo materno. Hoy, leo estas palabras que me vuelven a dar la certeza de haberme cambiado la vida.

**Hice una actualización de la introducción, a propósito de la invitación que las amigas del “círculo de pensamiento y reflexión feminista” de México, mencionaron para leerlo. Agradecida de traerlo de vuelta. Mayo, 2020.

 

Notas:

1.Luce Irigaray en Francia desde la filosofía y el psicoanálisis. En Italia, Carla Lonzi y Rivolta Femminile, las mujeres fundadoras de la Librería de Mujeres de Milán y la Comunidad Filosófica de Diótima de la Universidad de Verona; en España el Centro de Investigación de Mujeres y de la Diferencia Sexual Duoda, y la historiadora y pensadora de la diferencia sexual María- Milagros Rivera Garretas. En Chile, la feminista Andrea Franulic Depix ha seguido de cerca este pensamiento, que, junto a la corriente radical, propone una interpretación de las obras de ambas perspectivas o corrientes, situándose desde una mirada que ha nombrado Feminismo Radical de la Diferencia en “Una historia fuera de la historia. Biografía política de Margarita Pisano”, 2009. Cap. 2. También ver escritos sobre Feminismo Radical de la Diferencia en su sitio web andreafranulic.cl.

Para este texto, me apoyé, principalmente, en lecturas del pensamiento de la diferencia sexual y en el libro de Lía Cigarini “La política del deseo” (1995).

2. Recomiendo leer este texto aclaratorio: https://andreafranulic.cl/diferencia-sexual/lesbianismo-y-diferencia-sexual-1/

3. Concepto acuñado por Florynce kennedy, 1970, traducido al español por Denise Tompson, 2003; con Andrea Franulic, hace unos años escribimos “De aquí no sale: reflexiones sobre el rumor”, inspiradas en este texto de la Hostilidad Horizontal, que nos ayudó a comprender la experiencia de hostilización entre mujeres.

4.Todas estas palabras provienen del intercambio entre mujeres en “El trabajo de las palabras” (2008) Lía Cigarini, Luisa Muraro y María Milagros Rivera Garretas; “No creas tener derechos” , (2004) de la Librería de mujeres de Milán; “Nombrar el mundo en femenino” María Milagros Rivera Garretas, (2003); y “La política del deseo” Lía Cigarini (1995). También esta reflexión se nutre en relación de reciprocidad con Andrea Franulic, relación de affidamento y autoridad femeninas.

5. Palabra que en su etimología proviene del latín adventure, del verbo advenir (llegar), adventura significa en latín “cosas que han de llegar”.

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