Mientras leo a Virginia no puedo dejar de maravillarme por su alto grado de lucidez y visión para referirse a la educación que la sociedad patriarcal ha construido, y que nosotras, las mujeres, hemos heredado como hijas de la igualdad.
La importancia de Virginia, como literaria y ensayista, está no solo en sus obras y particular estilo de escritura, que ha sido muy elogiado, sino que, a mi parecer, está precisamente en llevar a cabo su potencial creativo, pese a la exclusión que tuvo en relación a sus hermanos para educarse.
Adeline Virginia Stephen, desde pequeña, tuvo que enfrentar una vida llena de dificultades familiares como la muerte de su madre y abuso sexual por parte de un hermanastro, sin importar la condición social cómoda que – la crítica de algunos y algunas en el feminismo recalcan que ella tuvo- por ser, como ella misma define en sus escritos “hija de un hombre educado”, no obstante, su sexo la definía en relación a la posición que debía ocupar en la sociedad. Sin embargo, Virginia aprovechó inmensamente la posibilidad de auto-instruirse en la biblioteca de su padre e iniciar sus primeros escritos plasmados en su diario de vida, actividad típicamente femenina, que no llegaba a causar alteración alguna en el orden moral de la época.
Me interesa destacar, sobre todo, que Virginia desarrolla sus obras en plena crisis mundial y auge del movimiento sufragista. Será este contexto el que dará pie, justamente, para que haga patentes su posición y crítica ante los hechos que observa y vivencia, me refiero a sus obras feministas “Una habitación propia” (1928) y “Tres Guineas” (1938), obras fundamentales, porque son el reflejo de su lúcido cuestionamiento y análisis sobre el acceso a la educación y a la profesionalización de las mujeres a principios del siglo XX.
Woolf planteaba, en sus conferencias dictadas en Colegios de Mujeres (1928), la necesidad de aprovechar la posibilidad de educarnos -posibilidad que no tuvieron otras mujeres, nuestras antepasadas- usando la metáfora de la “Hermana de Shakespeare”, donde nos encara directamente a tomar el riesgo de vivir la vida con libertad y sin excusas. Nos incita a escribir, aunque sea en la oscuridad y la pobreza, porque siempre valdrá la pena. Posteriormente, en su maravillosa obra “Tres Guineas”, que recomiendo sin dudar, coloca el acento en la fiel e histórica relación que existe entre la guerra y la educación, cuyos valores comunes, dice Woolf, son luchar y competir para obtener legitimidad y poder en el mundo masculino.
Virginia cuestiona el acceso desigual de las mujeres a la educación y a los empleos, experiencia que conoce muy de cerca, y que para una mujer que pertenece a una familia con un buen pasar económico, se vuelve más difícil, pues, solo accede a la educación gratuita en su hogar, cuyo destino responde a la preparación para el matrimonio. Virginia observa cómo las mujeres de su clase son despojadas de todo “privilegio”, solo reciben lo mínimo económica e intelectualmente, sin permitirles autonomía alguna e imposibilitarlas para tomar decisiones en relación a sus propias vidas. Por ello, categorías como la clase se quedan estrechas para describir y analizar la realidad y la vida de las mujeres.
Virginia Woolf nos incentiva, con su particular estilo, a escribir, también leer a otras mujeres y vernos reflejadas en esas historias. Nos invita a crear encarecidamente, pese a la oscuridad y la pobreza. Hay que hacerlo dice, pues -los libros influyen unos en otros, y las mujeres siempre escribieron- aunque muchas veces las acompañaran la pobreza, la humillación y el desprecio. Sobre todo, nos invita a pensar, mientras vamos a una ceremonia, en un bautizo, en el autobús, etc. Pensar en sociedad vivimos y cómo queremos vivir nosotras, las mujeres. Nos explica magistralmente, por qué el acceso a la educación no lo es todo, como tampoco lo son las profesiones que nos han dejado desarrollar. Nos hace reflexionar sobre el éxito y la competencia como una práctica de los hombres y cómo estos se empeñan en la lucha por conseguir cargos, merecer honores y ganar dinero.
No obstante, para Virginia Woolf, era necesaria la independencia económica de las mujeres para una autonomía del pensamiento. Ella describe increíblemente, cómo las mujeres “hijas de hombres educados” – burguesas- viven bajo la influencia del padre o el marido, limitadas para ejercer libremente sus opiniones. De esta forma, obtener dinero por sus propias manos y no tener que depender financieramente de un padre, un hermano o un marido, las mujeres podrían ejercer libremente sus talentos y habilidades, también expresar sus opiniones de forma desinteresada, es decir, sin tener que agradar a nadie, fundamentalmente a los hombres para subsistir. Esto no significa que Woolf apelara a un sistema de igualdad en relación a los hombres, por el contrario, es crítica de la manera en que se está llevando a cabo el acceso a la educación y al trabajo, presiente que esta situación de no ser cuestionada, pueda conducir a las mujeres a reproducir las mismas “falsas lealtades” de los hombres.
Lo cierto es que, en la actualidad, las mujeres hemos alcanzado niveles de igualdad -siempre en relación a los hombres- hemos entrado progresivamente a la universidad, sin embargo, esta inserción y permanencia nos conduce a mantener y nutrir el sistema actual de educación, qué alternativa tenemos- ¿no educarnos? -¿No acceder a ese pedacito de igualdad que a tantas de nuestras antecesoras les valió la vida?
Virginia ya nos lo dijo, necesitamos independencia económica. Más no, vender la mente.
Tal vez lo más importante de la obra de Woolf es, precisamente, las pistas que nos da para no negociar nuestras mentes y reproducir la misma creencia que promueve la segregación y la lucha por el poder y legitimidad de las instituciones patriarcales. Al igual que, tener la certeza de nuestras propias potencialidades, que no requiere de ejercer una arrogancia intelectual, propia de la cultura de los hombres.
Woolf, de forma muy anticipada, es capaz de dilucidar el peligro que representa el ideario de la igualdad para una mujer. Tiene tanta claridad de lo que significa entrar al sistema de profesionalización, cuyo mayor riesgo, es llegar a embargar el potencial creativo con tal de obtener los mismos puestos de trabajo y los mismos reconocimientos que los hombres han construido para marcar jerarquías.
Propone, de forma radical, que las mujeres rechacemos una educación que se sustenta en distinciones simbólicas como los grados y las condecoraciones -profesar las lealtades irreales- el orgullo a la patria, a la familia o a la religión. Más bien, nos guía a que dejemos de lado la competencia con los hombres y despreciemos su sistema de mérito, aunque nos tienten los cargos y el dinero. Nos invita a rechazar también la fama y los elogios, puras falsedades- es mejor reírnos cuando nos los ofrezcan. Pienso que, una señal concreta, es asumir la diferencia histórica que hemos tenido con los hombres, esa diferencia que explicita en –Tres Guineas- a través de las biografías y la historia de las mujeres para no extraviarnos.
He constatado, durante todos estos años de debate sobre educación pública en Chile, el movimiento social y el discurso de los y las estudiantes, se aboca al derecho a la educación gratuita y de calidad. Sin embargo, no observo cuestionamientos que, al menos, arrojen una mirada más profunda y crítica del sistema educativo, que vayan más allá de estas demandas, aunque, existen ciertos colectivos que, por ahí, rozan un debate en relación a la educación como sistema sexista -que no es mucho decir- pero, como ya es sabido, vendrán las negociaciones -o presiones- de siempre, donde algunos ganan y muchos pierden. La historia social y política está teñida de estos fracasos, porque sigue adhiriendo a la cosmovisión patriarcal. Mientras tanto, continuaré leyendo a Virginia y le seguiré la pista, a ver si ensayamos una nueva educación… y quemamos los cimientos de esta:
“Y que la luz del edificio en llamas asuste a los miserables con sus medallas y distinciones, espante a los cobardes con sus cruces y legados… ¡Y que las mujeres dancemos alrededor del fuego y amontonemos brasas!”
(Puesta en escena de Feministas Lúcidas, basada en Tres Guineas).
El término “igualdad” entre hombres y mujeres ha llevado a grandes y graves equívocos. Algunas mujeres interpretaron que se trataba de “igualarse” las mujeres con los hombres, en todo lo negativo de los hombres. A causa de esto, muchas, no han descubierto ni reconstruido su identidad, sino que la perdieron definitivamente. Si en ese sentido se habla de “liberación” de la mujer, entonces los hombres hemos perdido la autenticidad de las Mujeres y hemos “ganado” unas competidoras en lo negativo de lo que creíamos era nuestro terreno exclusivo. La Mujer auténtica para mí, que soy hombre, es aquella que afirma su identidad y comparte su inteligencia, sus emociones, sus sentimientos, su conocimiento, su diferencia, su ética, su estética, su amor por el Amor y por la Vida, y su capacidad artística, femeninas, con los hombres, quienes desde cualidades masculinas similares, buscamos de distintas formas que las sociedades, y el Mundo sea mejor. Gracias.